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El cambio en su padre fue casi inmediato. Tras la desaparición de su madre, él empezó a hacer lo que Dahyun nunca había esperado: intentar estar presente. Sin embargo, no lo hacía de la manera que ella necesitaba, y cada gesto suyo solo parecía profundizar el abismo entre ellos.

La primera vez que su padre apareció en casa con un regalo, Dahyun no supo qué pensar. Había llegado tarde, como de costumbre, pero esta vez traía consigo una gran bolsa de una tienda de lujo. Dentro había un bolso de diseñador, uno que cualquier chica de su edad soñaría con tener.

—Esto es para ti, Dahyun —dijo su padre con una sonrisa que parecía forzada, extendiéndole la bolsa como si fuera una especie de paz simbólica.

Dahyun lo miró por un momento antes de tomar el bolso entre sus manos. Era caro, eso lo sabía, pero no le importaba. Lo único que sentía era un nudo en el estómago, una sensación de incomodidad que no podía ignorar. Sabía lo que estaba haciendo su padre. Estaba intentando llenar el vacío de su ausencia con cosas materiales, como si un bolso pudiera reemplazar todas las veces que había olvidado sus recitales, o las veces que su madre había llorado en silencio.

—Gracias, papá —murmuró Dahyun, fingiendo una sonrisa.

Él asintió con satisfacción, como si hubiera cumplido su objetivo, como si todo estuviera bien entre ellos solo porque había comprado algo caro. Pero Dahyun sabía que nada estaba bien.

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Con el pasar de los días, las salidas con su padre se volvieron más frecuentes. Él insistía en que pasaran tiempo juntos, como si eso fuera a reparar lo que había sucedido. Dahyun aceptaba porque no quería hacer las cosas más difíciles de lo que ya eran. Salían a restaurantes elegantes, tiendas de lujo, lugares donde cualquier otra persona se sentiría afortunada de estar. Pero Dahyun solo sentía una especie de vacío que no podía llenar con comida cara ni con ropa de diseñador.

Cada vez que salían, su padre parecía ansioso por complacerla, casi desesperado. Le compraba maquillaje, ropa, bolsos, todo lo que cualquier chica desearía. Pero no importaba cuánto gastara, el patrón siempre era el mismo: se sentaban a comer, él sacaba su teléfono y comenzaba a trabajar.

—Lo siento, Dahyun. Solo es un minuto, tengo que responder a esto —decía su padre mientras escribía frenéticamente en su teléfono, apenas mirándola.

Al principio, Dahyun esperaba pacientemente, fingiendo que no le molestaba. Se quedaba en silencio, mirando su plato o el paisaje, intentando convencerse de que era suficiente con que él estuviera allí, aunque no le prestara atención. Pero con cada salida, su paciencia se agotaba un poco más. Sabía que su padre estaba allí físicamente, pero emocionalmente seguía ausente, tan atrapado en su mundo laboral como siempre.

Había momentos en los que ni siquiera quería ir de compras. No necesitaba más cosas, no quería más cosas. Lo único que anhelaba era una conversación real, un tiempo sincero, pero su padre no sabía cómo dárselo. En lugar de preguntar cómo estaba, o cómo se sentía tras la partida de su madre, él seguía insistiendo en comprarle cosas.

—Vamos, Dahyun. Hoy podemos ir a esa tienda nueva de ropa —le decía con entusiasmo, como si eso fuera lo que ella realmente quería.

Dahyun asentía, aunque por dentro sentía el peso de la decepción hundiéndose en su pecho. Algunas veces intentaba decirle que no necesitaba nada.

—Papá, está bien, de verdad. No necesito más ropa.

—No, no, Dahyun. Vamos. Te vendrá bien un cambio de aire, y además, necesitas verte bien para sentirte bien.

No había manera de detenerlo. Así que ella aceptaba, dejaba que su padre la llevara de tienda en tienda, comprándole cualquier cosa que creyera que la haría feliz. Pero nada de eso lo hacía. No era ropa lo que necesitaba, no era maquillaje ni bolsos costosos. Era él. Era su tiempo, su atención. Era lo que él nunca había sabido darle.

En esas salidas, Dahyun se encontraba a menudo mirando su reflejo en los escaparates, viendo la imagen de una chica bien vestida, con los últimos productos de belleza en su bolso, pero que se sentía más sola que nunca. No podía decirle la verdad a su padre, porque sabía que él no lo entendería. Sabía que él pensaba que estaba haciendo lo correcto, que estaba compensando sus errores del pasado. Pero no había manera de compensar algo tan grande con cosas tan superficiales.

Cada vez que regresaban a casa, Dahyun se encerraba en su habitación, dejaba los bolsas de compras a un lado, y se sentaba en su cama. Sabía que su madre nunca habría permitido que esto sucediera, que habría querido que su padre realmente la escuchara, que estuviera presente. Pero su madre ya no estaba, y Dahyun sentía que, al final, solo se tenía a sí misma.

En silencio, aceptaba los regalos, las salidas, los intentos fallidos de su padre de ser lo que nunca fue. Y aunque su corazón dolía cada vez que él se perdía en su teléfono mientras estaba a su lado, Dahyun simplemente fingía que todo estaba bien.

[PAUSADO] MI MADRASTRA // SAIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora