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A la mañana siguiente, todo parecía extrañamente normal, casi como si la partida de su madre la noche anterior hubiera sido solo una ilusión, una pesadilla pasajera. Dahyun se levantó con el sonido del despertador, su cuerpo moviéndose en automático mientras se preparaba para la escuela. El silencio que inundaba la casa era profundo, pero no más de lo usual. Era un silencio al que ya estaba acostumbrada.

Cuando bajó a la cocina, encontró a su padre desayunando solo, como cualquier otro día. Estaba absorto en su teléfono, revisando correos y mensajes, probablemente sobre alguna reunión o negocio importante. Ni siquiera notó la ausencia de su esposa. Para Dahyun, esto solo reafirmaba lo que ya sabía: su padre no había estado presente en mucho tiempo, y ahora, la ausencia de su madre era tan insignificante para él que ni siquiera lo percibía.

—Buenos días —dijo Dahyun, más por costumbre que por interés. Sabía que no obtendría una respuesta.

Su padre apenas levantó la mirada.

—Hola, Dahyun —respondió distraído, tomando un sorbo de su café—. No llegues tarde a la escuela.

Y con esas pocas palabras, el día continuó como si nada. Dahyun salió de casa, fingiendo que todo estaba bien, aunque su mente estaba en otro lugar. Sabía que, eventualmente, su padre notaría la falta de su madre. Pero no esperaba que sucediera tan pronto.

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Fue al caer la noche, cuando Dahyun regresó a casa, que todo cambió. Al llegar, notó algo diferente en el aire. No era el típico silencio; había una tensión palpable, como si la casa misma estuviera reteniendo el aliento. Su padre no estaba en su oficina como de costumbre. En lugar de eso, estaba en el dormitorio principal, y entonces Dahyun lo escuchó.

Primero fue un gruñido de frustración. Luego, el sonido de algo estrellándose contra la pared. Dahyun se quedó paralizada en el pasillo, escuchando cómo su padre tiraba cosas, su respiración pesada llenando el espacio. Algo se había roto, no solo físicamente, sino emocionalmente.

—¡Yeonmi! —gritó su padre, furioso—. ¿Dónde estás?

Dahyun avanzó lentamente hacia la puerta, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Lo encontró frente al armario, abriendo y cerrando puertas, revisando los cajones frenéticamente. Las maletas de su madre no estaban. Su ropa tampoco. Dahyun vio cómo su rostro se desfiguraba en una mezcla de incredulidad y rabia.

—¡Se ha ido! —rugió, lanzando una lámpara al suelo, que se rompió en mil pedazos.

Dahyun dio un paso atrás, intentando mantenerse alejada de la tormenta de ira que estaba presenciando. Sabía que su padre tenía un temperamento explosivo, pero nunca lo había visto así. Parecía devastado, pero no por la pérdida en sí, sino por el hecho de que su control sobre su familia se había desmoronado sin que él siquiera lo notara.

Entonces, la mirada de su padre se giró bruscamente hacia ella. Su rostro estaba rojo de furia, los ojos inyectados en sangre.

—¡Dahyun! —gritó, avanzando hacia ella con pasos pesados—. ¿Sabías de esto? ¡Dime la verdad!

Dahyun retrocedió un poco, sintiendo el peso de sus palabras, pero mantuvo la calma. Sabía que, si mostraba alguna señal de nerviosismo, él sospecharía. El secreto de lo que había visto la noche anterior pesaba en su mente, pero no podía traicionar a su madre.

—No, papá —respondió con la voz firme, aunque su corazón latía con fuerza—. No me dijo nada. No sabía que iba a irse.

Su padre la miró fijamente, buscando alguna señal de mentira en su rostro. Dahyun mantuvo la mirada, sin pestañear. Después de lo que pareció una eternidad, él resopló y se giró de nuevo hacia el caos que había creado en la habitación. Dahyun pudo ver la impotencia en sus ojos, la frustración de haber sido dejado atrás, sin explicación, sin despedida.

—¡Maldita sea! —gritó, golpeando una vez más la puerta del armario, que crujió bajo la fuerza del impacto.

Dahyun lo observaba en silencio, sabiendo que no podía hacer nada para calmarlo, ni tampoco quería hacerlo. Su madre se había ido, y aunque la situación era dolorosa, una parte de Dahyun sabía que esto era lo mejor para ella. No le debía nada a su padre en ese momento, y no tenía intención de confesar lo que había visto.

—¿Cómo pudo hacerme esto? —murmuró su padre, apoyando las manos en el borde de la cama, su espalda inclinada hacia adelante como si llevara todo el peso del mundo sobre los hombros—. ¿Cómo pudo dejarme así?

Dahyun tragó saliva, manteniéndose en silencio. No había respuesta a esa pregunta que pudiera aliviar el dolor de su padre, y tampoco creía que mereciera una explicación. Lo había dejado porque él nunca estuvo realmente allí.

El silencio volvió a apoderarse de la habitación, roto solo por la respiración entrecortada de su padre. Dahyun, con el pecho apretado y los ojos fijos en el suelo, salió lentamente del cuarto, dejando atrás el caos. Se refugió en su propia habitación, cerrando la puerta con suavidad, como si eso pudiera protegerla del torbellino de emociones que se avecinaba.

[PAUSADO] MI MADRASTRA // SAIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora