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El día que Dahyun temía finalmente llegó. No hubo advertencia, ni una conversación previa. Simplemente, una tarde cualquiera, su padre apareció en casa con Sana y algunas maletas. El brillo en sus ojos y la sonrisa complacida que llevaba solo hacían que Dahyun se sintiera más traicionada.

—Sana va a vivir con nosotros a partir de ahora —anunció su padre mientras Dahyun miraba la escena desde el umbral de la puerta del salón.

Esas palabras resonaron en su cabeza como una sentencia. ¿Vivir con nosotros? Era como si su padre hubiera arrojado una bomba en su vida sin ninguna consideración por lo que ella pudiera sentir. En ese momento, Dahyun supo que todo estaba cambiando, y que ya no había marcha atrás. El espacio que su madre había dejado vacío sería ocupado por alguien más, alguien que Dahyun nunca había deseado ver más allá de la puerta.

La sonrisa de Sana parecía iluminar la habitación, pero para Dahyun era como una invasión definitiva. Su padre se movía por la casa con una energía que Dahyun no recordaba haber visto en mucho tiempo, ayudando a Sana a instalarse, mostrándole rincones de la casa que, hasta hacía poco, pertenecían a la memoria de su madre. El hecho de que ahora otra mujer habitaría esos espacios la hizo hervir por dentro.

Dahyun se retiró a su habitación lo más rápido que pudo, cerrando la puerta con un golpe que resonó por el pasillo. Sus manos temblaban mientras recorría la habitación, intentando encontrar algo que la ayudara a calmar la rabia que ardía en su pecho. Pero nada. Ninguna distracción era suficiente. Lo que estaba sucediendo la estaba consumiendo por completo. Sana iba a vivir en su casa. En la casa de su madre.

Y entonces, la tormenta dentro de ella estalló.

Dahyun golpeó una de las estanterías con tanta fuerza que algunos libros y figuras cayeron al suelo con un estruendo. Se agachó, recogiendo uno de los marcos de fotos que ahora estaba roto. Era una foto vieja, de ella con su madre, sonriendo juntas en una tarde soleada en el parque. Era tan sencillo entonces. Las lágrimas empezaron a caer por su rostro mientras miraba la imagen. Todo había cambiado tan rápido, y ahora sentía que no tenía el control sobre nada.

Con un grito ahogado, lanzó el marco al suelo, rompiendo el vidrio en mil pedazos. Caminó hacia su cama, donde se desplomó, llorando en silencio. Estaba furiosa, pero más que nada se sentía impotente. Su casa ya no era su hogar. Cada vez que veía a Sana caminando por esos pasillos, ocupando un lugar que nunca debería haber sido suyo, Dahyun sentía como si una parte de ella se desmoronara un poco más. No podía proteger el único espacio que le quedaba, el lugar que aún olía a su madre, que aún llevaba sus recuerdos.

Las lágrimas seguían cayendo mientras Dahyun enterraba su rostro en la almohada. No quería que su padre la viera así. No quería que nadie la viera así. El dolor y la rabia eran demasiado grandes, y no sabía cómo sacarlos de otra manera que no fuera destruyendo lo poco que aún quedaba intacto en su habitación.

Sana no era la culpable, al menos no directamente, pero Dahyun no podía evitar culparla. Era ella quien ahora ocupaba todo lo que una vez había sido de su madre. Era su presencia la que la hacía sentir más pequeña, más relegada, como si no tuviera derecho a luchar por lo que había sido suyo durante tanto tiempo. Y peor aún, Sana lo hacía con esa dulce sonrisa, con esa suavidad que parecía tan calculada, como si quisiera ganarse el corazón de todos.

Pero no el de Dahyun. Dahyun nunca la aceptaría.

Se quedó en su cama, llorando hasta que ya no le quedaban lágrimas. Miró el desastre que había causado en su habitación. Las figuras rotas, los pedazos de vidrio esparcidos por el suelo. Pero en ese momento, no le importaba. Todo estaba roto de todas formas.

Desde ese día, todo sería diferente, y Dahyun sabía que ya no podía hacer nada para evitarlo.

[PAUSADO] MI MADRASTRA // SAIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora