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La tarde había comenzado tranquila, con Dahyun inmersa en sus tareas escolares. El sonido de la lluvia golpeando los cristales de la ventana era casi relajante, pero a medida que el cielo se oscurecía, los truenos comenzaron a retumbar en la distancia, seguido de relámpagos que iluminaban brevemente la habitación. Para Dahyun, era un día más; había vivido tormentas antes, y había aprendido a ignorar el estruendo.

Sin embargo, un grito rompió la atmósfera tranquila de la casa, proveniente de la habitación que compartían su padre y Sana. Dahyun frunció el ceño, pensando que tal vez Sana estaba exagerando por un pequeño insecto o quizás por el ruido de la tormenta. Después de todo, había oído que ella era un poco sensible a los ruidos fuertes.

Con un suspiro resignado, se levantó de su escritorio y caminó hacia la habitación. Pero a medida que se acercaba, los gritos se tornaron en sollozos, y algo en el tono de Sana hizo que Dahyun se detuviera en seco. No era solo un grito; había un verdadero pánico detrás de esas lágrimas.

Decidida a comprobar qué estaba pasando, Dahyun empujó la puerta suavemente, y lo que encontró la dejó sin aliento. Sana estaba acurrucada en un rincón de la habitación, temblando visiblemente, con las manos cubriendo sus oídos. Su rostro estaba pálido y las lágrimas corrían por sus mejillas. El sonido de los truenos resonaba a su alrededor, pero era la expresión de terror en su rostro lo que realmente afectó a Dahyun.

Por un momento, el odio que Dahyun había estado alimentando se desvaneció. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia ella y la abrazó con fuerza. A pesar de su desdén hacia Sana, su instinto protector tomó el control.

—Shh... ya está, ya está. Estoy aquí. —murmuró Dahyun, intentando calmarla mientras la envolvía en sus brazos.

Sana se dejó llevar por el abrazo, sorprendida por la calidez y el apoyo que nunca había esperado recibir de Dahyun. Las lágrimas no dejaban de fluir, pero la cercanía de la chica la hacía sentir un poco más segura.

—Dahyun... —balbuceó Sana entre sollozos, su voz apenas audible por el estruendo de la tormenta. —Tengo miedo.

La vulnerabilidad de Sana la desarmó por completo. Dahyun no sabía cómo lidiar con la situación; la chica que siempre había visto como una intrusa ahora parecía frágil y asustada.

—Es solo un poco de ruido, no te va a pasar nada. —Dahyun trató de sonar más segura de lo que realmente se sentía, pero su voz temblaba levemente.

Con cada relámpago que iluminaba la habitación, Sana se encogía más, y Dahyun podía sentir el temblor de su cuerpo. Era una reacción que nunca había visto en ella, y eso hizo que su corazón se abriera un poco más.

—Solo respira... —Dahyun dijo, intentando calmarse a sí misma mientras acariciaba suavemente el cabello de Sana, una acción que sorprendió a ambas.

—No puedo... —Sana respondió, las lágrimas fluyendo libremente. —Esto es demasiado.

A pesar de su resistencia inicial, Dahyun sintió un impulso de proteger a Sana en lugar de rechazarla. Quizás, solo quizás, podían encontrar un punto en común, un lugar donde la amargura no existiera.

—Vamos a contar juntas. —sugirió Dahyun de repente, recordando que su madre solía hacer eso con ella durante las tormentas. —Uno, dos, tres...

Sana asintió, y juntas comenzaron a contar. Con cada número, Dahyun se sintió un poco más ligera. La tormenta seguía rugiendo afuera, pero en ese pequeño rincón de su habitación, había un momento de calma compartida.

—Cinco, seis... —murmuró Sana, sus ojos aún llenos de lágrimas, pero había un destello de confianza en su mirada. Ese gesto, esa conexión efímera, fue suficiente para cambiar la atmósfera entre ambas.

[PAUSADO] MI MADRASTRA // SAIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora