85. Encuentro Decisivo

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Cuatro días habían pasado desde el accidente de Yoko, y el sol brillaba intensamente mientras Faye firmaba los documentos para el alta del hospital. La recuperación de Yoko iba por buen camino, pero los recuerdos del accidente aún la atormentaban. Después de completar el papeleo, Faye se dirigió a la farmacia para comprar las pastillas para los dolores que Yoko aún sufría.

Al salir de la farmacia, se detuvieron a comprar comida china para llevar. Faye sabía que Yoko necesitaba algo reconfortante, y un buen plato de arroz frito con verduras era justo lo que pensó que podría alegrar su día. Una vez en casa, Faye ayudó a Yoko a bajar del auto con cuidado, asegurándose de que no se forzara más de lo necesario.

Tan pronto como entraron al departamento, el teléfono sonó. Faye lo recogió y, al ver que era su abuelo, la preocupación instantáneamente llenó su mente.

—¿Abuelo? —respondió, sin poder ocultar la inquietud en su voz.

—Faye, querida. Hemos encontrado a la persona que te estaba acechando —dijo el abuelo con un tono firme—. Te están esperando aquí para que decidas qué hacer.

Faye miró a Yoko, quien la observaba con ojos preocupados.

—Amor, sé que recién te estás recuperando, pero me llamó mi abuelo. Dice que ya la tienen. Me están esperando para hablar —dijo Faye, sintiendo el nudo en su garganta.

—Bien, amor. Voy contigo —respondió Yoko con determinación, a pesar de que aún se sentía un poco débil.

El viaje en carretera tomó alrededor de cuatro horas, pero Faye y Yoko se sintieron cada vez más tensas a medida que se acercaban a la casa del abuelo. El paisaje cambió gradualmente de la bulliciosa Bangkok a un entorno más tranquilo y rural, donde la mansión del abuelo se alzaba majestuosa en medio de un amplio terreno.

Al llegar, fueron recibidas por los hombres y sirvientas de su abuelo. Faye sintió un poco de alivio al ver que la seguridad era palpable; sabía que estaba rodeada de personas que no permitirían que nada les pasara.

—Faye, querida, y tú debes ser Yoko —dijo el abuelo, bajando las escaleras con su habitual porte y seriedad—. Quieren ver a la persona que ha estado acechándote.

Faye asintió, su corazón latiendo con fuerza.

—Ven, cariño, pero quédate atrás —le dijo a Yoko mientras tomaba su mano y la guiaba.

El abuelo las condujo a una habitación donde una figura estaba atada a una silla, con los ojos y la boca vendados. Faye sintió un escalofrío recorrer su espalda al ver a la persona que había estado atormentando su vida y la de Yoko.

Al quitarle los vendajes de los ojos y la boca, la mujer parpadeó varias veces, ajustándose a la luz antes de centrarse en Faye. Una sonrisa arrogante se dibujó en su rostro.

—Cariño, sabía que vendrías por mí. No me dejarías morir aquí —dijo la mujer, con un tono que provocó que la sangre de Faye se congelara en sus venas.

Faye sintió una mezcla de furia y asco. Esa persona había puesto en peligro a su prometida, y ahora se atrevía a hablarle de esa manera. Giró la cabeza hacia Yoko, que se quedó paralizada, y la miró con determinación.

—Esta vez no te dejaré salirte con la tuya. No te tengo miedo —dijo Faye, su voz firme y decidida.

Yoko, aunque aún convaleciente, se posicionó al lado de Faye, mostrando su apoyo incondicional.

—No vamos a dejar que te salgas con la tuya nunca más —añadió Yoko, su mirada fulminante hacia la mujer.

La tensión en el aire era palpable. Faye sabía que este encuentro no solo era crucial para su seguridad, sino también para su futuro junto a Yoko. Era el momento de tomar el control y asegurarse de que su amor no estuviera en peligro otra vez.

AMOR EN EL JUEGO Y EN EL AIREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora