Nosotros

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Jason:

Apenas llegué al hospital, la encontré en la habitación, arrodillada bajo la ventana. La luz del atardecer dibujaba sombras alargadas en el suelo, iluminando su figura como si el día también quisiera consolarla.

Estaba inmóvil, con los hombros caídos, mirando algo en el suelo con una intensidad que me preocupó. Me acerqué con cuidado, y al verla de cerca, noté sus ojos empañados de lágrimas. Sus manos temblaban, y su respiración era irregular.

Entonces lo vi: una pequeña mariposa, con las alas dañadas, luchando por alzar el vuelo sin éxito. Su frágil movimiento parecía sincronizado con la angustia de Julia, como si compartieran el mismo dolor.

-Está muerta -murmuró de repente, sin apartar la mirada del diminuto ser.

Su voz era apenas un susurro, pero cargada de una tristeza que parecía demasiado pesada para sus palabras.

Me agaché lentamente, dejando que mi sombra se proyectara junto a la de ella, y extendí mis manos hacia la mariposa. Julia sollozó, como si el simple acto de intentarlo fuera una agonía más. Recogí al insecto con cuidado, colocándolo en mis palmas, y luego levanté la mirada hacia ella.

-Solo dale tiempo -le dije, con un tono tranquilo, aunque mi propia garganta estaba cerrada por la emoción.

Nos pusimos de pie, en silencio, mientras el tiempo parecía detenerse.

La mariposa reposó inmóvil durante unos segundos que se sintieron eternos, pero luego comenzó a mover sus alas, despacio al principio, y finalmente, con un pequeño impulso, se elevó en el aire. La seguimos con la mirada hasta que desapareció por la ventana.

Julia dejó escapar un suspiro, y aunque intentó esbozar una sonrisa, las lágrimas seguían rodando por sus mejillas. Aun así, había algo en su expresión que me reconfortó: esperanza, aunque fuera efímera.

De repente, sin previo aviso, se giró hacia mí y me abrazó. Fue tan inesperado que, por un instante, no supe qué hacer. Pero al sentir la fuerza con la que se aferraba a mí, envolví mis brazos alrededor de ella. Era un gesto desesperado, lleno de una necesidad que nunca antes había visto en sus ojos.

Y entonces, se rompió.

El llanto desgarrador que siguió me tomó por sorpresa. Su cuerpo temblaba contra el mío, cada sollozo sacudiéndola como si su propia alma estuviera colapsando. Su respiración se volvió errática, jadeante, como si el aire no pudiera llenar sus pulmones.

-Jules, estoy aquí. Todo está bien, todo estará bien-susurré, aunque las palabras parecían inútiles. Su dolor era un abismo al que no podía alcanzar.

Mis manos recorrieron su espalda en un intento desesperado por calmarla, pero no servía de nada. Julia estaba atrapada en un lugar que yo no podía alcanzar, aferrándose a mí como si fuera su única ancla en medio de una tormenta.

El sonido de la puerta abriéndose me sacó de mi trance. Un médico entró, acompañado por una enfermera, ambos con expresiones serias. Me pidieron que me hiciera a un lado, pero no podía soltarla.

-Está teniendo un ataque de nervios -dijo el médico, mientras preparaba una inyección.

La aguja rompió la piel de su brazo, y Julia se tensó, soltando un último gemido antes de que su cuerpo comenzara a relajarse. Vi cómo su respiración se estabilizaba lentamente, hasta que finalmente se hundió en un sueño profundo.

Me quedé allí, inclinado junto a la cama, observando su rostro mientras acomodaba su cabello con dedos temblorosos. Me incliné y besé su frente, dejando un murmullo que sabía que no escucharía.

Desearía...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora