Capítulo 27.

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—¿A dónde me llevas, Eros? —pregunté entre risas, sintiendo la calidez de sus manos cubriéndome los ojos.

—Es una sorpresa —susurró cerca de mi oído antes de dejar un beso suave en la parte de atrás de mi cabeza.

—Pero ya llevamos caminando un buen rato, y esto de tener los ojos vendados me está poniendo un poco más nerviosa de lo que creía —admití, tratando de calmar la mezcla de curiosidad y ansiedad que sentía.

—Solo confía en mí, enano gruñón. —Pude sentir su sonrisa a través de sus palabras—. Ya casi llegamos, te prometo que valdrá la pena.

Sonreí mientras negaba con la cabeza. Con el tiempo ese apodo fue haciéndose más importante y  empezó a gustarme, y más si viene de el.

—Ya estamos aquí —dijo Eros, deteniéndose por fin.

Sentí cómo retiraba lentamente sus manos de mis ojos. Parpadeé un par de veces hasta que mi vista se ajustó, y lo primero que vi fue la puerta de la cafetería de Bobby.

—¿Qué...? —comencé a decir, pero Eros me sonrió antes de abrir la puerta y hacerme pasar.

El sonido de una campanita y una explosión de voces interrumpieron el silencio.

—¡Sorpresa! —gritaron al unísono Bobby, mi madre, Sadie, Aysha y Cédric. Todos estaban allí, rodeados de globos y serpentinas, sonriendo y sosteniendo una gran pancarta que decía: "¡Buena suerte en Londres, Abbie!"

Me quedé paralizada, mirando a cada uno de ellos con incredulidad.

—¿Qué es esto...? —pregunté, llevándome una mano a la boca.

—Es tu fiesta de despedida, tonta —dijo Sadie, cruzándose de brazos con una sonrisa pícara.

—No podíamos dejarte ir sin una buena celebración —añadió Bobby desde detrás de la barra, donde ya tenía preparado un pastel.

—Sabíamos que no lo harías tú misma, así que lo organizamos por ti —explicó Aysha mientras se acercaba para darme un abrazo.

—No puedo creerlo... —murmuré, aún sin poder procesar lo que estaba pasando.

Eros me dio un pequeño empujón suave hacia adelante.

—¿No te dije que valdría la pena la sorpresa?

Miré a todos una vez más, mi corazón rebosaba de gratitud y cariño. Era la despedida perfecta, rodeada de las personas que más quería.

Todavía en shock, me acerqué lentamente a cada uno de ellos, sintiendo cómo la calidez de sus sonrisas llenaba el espacio.
Mi madre fue la primera en acercarse, envolviéndome en un abrazo que parecía no querer soltarme. Podía sentir lo orgullosa que estaba.

—Mi niña —dijo con un tono suave, aunque sus ojos brillaban con lágrimas contenidas—. No puedo creer que te vayas tan lejos, pero sé que vas a lograr cosas increíbles.

—Gracias, mamá —le respondí, tragando el nudo que se formaba en mi garganta.

Aysha fue la siguiente, lanzándose sobre mí con una sonrisa enorme.

—¡Londres no sabe lo que se le viene encima! —exclamó, dándome un abrazo apretado—. Y no te preocupes, te visitaré en cuanto pueda, no vaya a ser que te vuelvas demasiado seria allá.

—Conociéndote, te aparecerás cuando menos lo espere —respondí, riendo.

Luego, Bobby, con su actitud siempre tranquila, me dedicó una sonrisa cálida.

—Va a ser raro no verte aquí, Abbie. Pero sé que harás que Londres sea tuyo —dijo mientras me daba un abrazo rápido, más ligero de lo que habría esperado—. Solo no te olvides de la mejor cafetería de Pringville.

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