Capítulo 28.

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Ya había llegado la hora, era tiempo de irme, de cumplir mi más grande sueño, pero eso implica despedirme de las personas que quiero y dejar lo que paso con mi padre atrás.

Me levanté de la cama y me acerqué a mi mesa de noche, tome una foto que tenia con mi padre recuerdo que se la había tomado porque Margaret lo obligó, pero yo me sentía la niña más feliz del mundo.

—¿Lo extrañas? —preguntó mi madre desde la puerta.

—Siento que no podré perdonarlo, pero...—hice una pausa para aclarar mis emociones —. No puedo evitar extrañarlo.

—Se que tu padre cometió muchos errores, demasiados para ser exacta —Sonreí mientras ella se acercaba —.Pero apesar de todo siempre va a ser tu padre, aunque sea un cabezota.

Asentí con la cabeza, colocando de nuevo la foto en mi mesa.

—Intente llamarlo para despedirme, pero no me responde, y ir a verlo a su casa no es una opción —solté un suspiro.

—Como siempre inmaduro, pero que esto no te desanime —me tomó de los hombros y me sonrió suavemente.

—Claro que no mamá, por fin estoy bien —le Sonreí y ella también a mi.

—Esa es mi niña...no quisiera preguntarlo, pero tengo que hacerlo, ¿Ya tienes todo listo?

—Si solo hay que acomodar las maletas en tu auto y nos vamos al aeropuerto —respondí.

—Bueno pues a acomodar esas maletas.

Mi madre y yo tomamos cada una, una de las maletas y empezamos a bajar las escaleras en silencio, hasta llegar a la puerta. Ella la abrió, y al otro lado, de pie con una sonrisa un tanto forzada pero aparentemente sincera, estaba Margaret.

—Katherine, qué gusto verte —dijo Margaret, con un brillo en los ojos que dejaba entrever algo de satisfacción—. Ha pasado tanto tiempo desde la última vez.

Mi madre se quedó en silencio unos segundos, asimilando la sorpresa. Sus ojos se endurecieron antes de responder.

—Sí, desde que descubrí a mi marido siéndome infiel contigo.

La tensión en el aire era casi tangible. Margaret, sin perder la compostura, se aclaró la garganta y, dirigiendo su mirada hacia mí, respondió:

—Solo vine a hablar con Abbie.

Mi madre no respondió esta vez. Sin decir nada, tomó las maletas y, mirándome brevemente.

—Acomodaré las maletas en el auto —me dijo.

Asentí, sintiendo la incomodidad en el ambiente. Observé cómo mi madre salía de la casa, con la misma elegancia y firmeza de siempre, mientras Margaret permanecía en el umbral, mirándola con un destello de algo que no supe descifrar.

Margaret tomó una respiración profunda antes de hablar, su voz temblaba levemente.

—Sé que te vas, Abbie. —Su mirada se suavizó mientras buscaba mis ojos—. Y quiero desearte toda la suerte del mundo. Estoy segura de que lograrás todo lo que te propongas.

—Gracias —le respondí, un poco sorprendida por su tono sincero.

Margaret bajó la mirada por un momento, como si quisiera encontrar las palabras correctas, y luego me miró de nuevo.

—No vine solo a despedirme —admitió—. También quería pedirte disculpas.

—¿Disculpas? —pregunté, desconcertada.

—Sí, Abbie —asintió, con una expresión de tristeza—. Por no darme cuenta de cómo te lastimaban Leonore y tu padre. —Hizo una pausa, su voz quebrándose un poco—. Siempre intenté darte el cariño que él no te daba, pero... lo que realmente debí hacer era ponerles un alto, detenerlos antes de que te lastimaran más.

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