Capítulo 22.

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Después de unos minutos, no pude soportar más la distancia entre nosotros. Decidí ir a buscar a Eros, necesitaba hablar con él, arreglar las cosas, no podía dejar que todo terminara en una discusión sin sentido. Caminé hacia el área del baño, el lugar donde lo había visto dirigirse. Sin embargo, al acercarme, escuché voces, una conversación que hizo que mi corazón se detuviera.

—Vamos, Eros, ¿por qué te conformas con Abbie? —La voz de Leonore, cargada de arrogancia, era inconfundible—. Tú sabes que yo soy mejor que ella. ¿Qué tiene Abbie que yo no tenga?

Me congelé en mi lugar, ocultándome tras la pared, incapaz de avanzar. Mi pecho se apretó mientras escuchaba a mi hermana burlarse de mí. No podía creerlo.

—Ya basta, Leonore —respondió Eros, su tono firme—. Lo que estás diciendo es absurdo. Yo amo a Abbie.

Mi corazón dio un vuelco al oír esas palabras de Eros, pero la voz venenosa de Leonore continuó, ignorando el rechazo.

—Por favor, Eros —rió con desdén—, no seas tonto. Abbie es débil, insegura, y tú sabes que nunca va a ser suficiente para alguien como tú. Yo, en cambio... —Su tono cambió a algo más sugerente—. Puedo darte todo lo que ella no puede.

El silencio que siguió fue sofocante. No podía respirar, el aire me faltaba al imaginar lo que estaba sucediendo en ese baño. Pero antes de que pudiera decidir si debía marcharme o entrar, escuché la respuesta de Eros.

—Jamás haría algo así. —Su tono era serio, incluso más cortante ahora—. Abbie es todo para mí. No sé cómo puedes ser tan cruel, pero te lo dejo claro: nunca, y escucha bien, nunca estaría contigo. No me interesas en lo absoluto.

Abrí la puerta con fuerza, el ruido del manillar resonando en el pequeño espacio. Lo primero que vi fue a Leonore inclinada hacia Eros, intentando acortar la distancia entre ellos. Eros levantó la mirada sorprendido al verme, sus ojos amplios por el shock.

—Abbie, esto no es lo que parece —dijo rápidamente, dando un paso atrás para apartarse de Leonore.

Leonore, sin embargo, no pareció afectada por mi presencia. Al contrario, soltó una risa burlona mientras se cruzaba de brazos, disfrutando claramente de la situación.

—¿Así que llegaste en el momento perfecto? —sonrió con malicia—. Qué conveniente.

Mi sangre hervía, el corazón me latía con tal fuerza que sentía que iba a explotar. No escuché ni una sola palabra más. Salí del baño de inmediato, mi furia contenida en cada paso que daba, dejando atrás a Eros y a Leonore.

No sabía hacia dónde ir, pero mis pies me llevaron de vuelta a la fiesta. Todo se mezclaba en mi cabeza.

Al llegar al jardín, vi a lo lejos a mi padre y a Margaret en la pista de baile, rodeados de los invitados. Ambos sostenían copas y estaban a punto de dar un discurso, conmemorando su diecinueve aniversario de casados. La gente aplaudía, sonriendo y expectante. Sin darme cuenta, me dirigí directamente hacia ellos.

Mi padre acababa de tomar el micrófono, preparado para dar unas palabras, pero sin pensarlo dos veces, se lo arrebaté de las manos con fuerza. Los invitados jadearon por la sorpresa, mientras yo lo sostenía con determinación.

—Yo también quiero dar un discurso —dije, mi voz llena de ira contenida—, pero este va dirigido especialmente para mi padre.

Mi padre intentó quitármelo de vuelta, frunciendo el ceño, molesto por mi interrupción. Sus dedos apretaron el micrófono, pero me resistí, manteniéndolo bien sujeto.

—Abbie, basta —gruñó, su mirada helada clavada en mí—. Esto no es el momento.

—Ya tuve suficiente —dije apretando los dientes, sin soltar el micrófono—. He guardado silencio toda mi vida, y esta vez no lo haré.

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