FarashaAl día siguiente de mi cumpleaños, no podía sacar de mi mente al chico que me había parecido tan familiar. Su rostro persistía en mi memoria como una sombra inquebrantable, y me preguntaba: ¿dónde lo había visto antes? Después de un rato de mirar al vacío, la imagen comenzó a cobrar vida en mi mente.
Era él. El mismo niño que me había ayudado en la primaria, cuando solo tenía seis años. Recordé aquel día con claridad. Mis papás se habían olvidado de recogerme, y mientras todos los demás niños se marchaban felices con sus padres, yo me quedé sola en el patio de la escuela, sintiendo cómo el miedo comenzaba a apoderarse de mí. Al principio traté de no preocuparme, pensando que seguro estaban en camino. Pero a medida que pasaban los minutos, las risas a mi alrededor se convirtieron en un eco hiriente.
Los niños comenzaron a burlarse: "¡Es huérfana! ¡Nadie la quiere!", decían mientras se reían. Las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas; cada lágrima era un recordatorio de mi soledad. En ese mar de tristeza, él apareció como un faro en la tormenta. Con su uniforme escolar arrugado y una sonrisa amable, se acercó a mí.
-No te preocupes -dijo mientras tomaba mi mochila-. Soy amigo de tu hermano. Te llevaré a casa.
Me extendió un pañuelo para secar mis lágrimas. Era un gesto simple pero lleno de calidez. Durante el camino hacia mi casa, aunque ninguno de los dos dijo una sola palabra, sentí una extraña seguridad a su lado. Se detuvo en una tienda y compró galletitas y yogur para merendar. La dulzura del yogur contrastaba con el amargo sabor de mis lágrimas.
Cuando llegamos a mi casa, mi mamá llegó al mismo tiempo y se sorprendió al verme con él. Ella le agradeció sinceramente por haberme traído a casa y él le preguntó por mi hermano, quien estaba enfermo ese día.
Entonces entendí que era el compañero de clase de mi hermano. Me dejó las carpetas para que mi hermano no perdiera la clase y se despidió.Aquel encuentro quedó grabado en mi memoria como un momento especial que me hizo sentir menos sola en el mundo.
**Dos años después:**
Dos años habían pasado desde aquel día en la primaria. Tenía ocho años y mi vida había cambiado mucho desde entonces. Estaba en una fiesta local de la ciudad con mis papás. La música vibrante llenaba el aire, y las luces de colores danzaban sobre el rostro de los asistentes, creando un ambiente festivo y lleno de energía. El aroma a comida frita se entremezclaba con el dulce olor de los postres que se ofrecían en los puestos cercanos. Mis papás me dieron un billete para que comprara algo para comer, y con emoción me dirigí al puesto de comida.
Fue entonces cuando lo vi. Estaba en la primera fila del puesto, observándome con una intensidad que me hizo sentir un hormigueo en el estómago. Nuestras miradas se cruzaron, y una descarga eléctrica recorrió mi cuerpo. La vergüenza me invadió y agaché la cabeza, incapaz de sostener su mirada.
De repente, escuché mi nombre. "Farasha". Su voz era suave y cálida, como un abrazo reconfortante en medio del bullicio. Me hizo señas con los ojos para que ocupará su lugar en la fila, evitando que tuviera que esperar mi turno. Aunque me sentía culpable por aceptar su generosidad, no pude resistirme.
Confusión y gratitud se entrelazaron en mi mente. ¿Cómo sabía mi nombre? ¿Por qué me había llamado? Ni siquiera era la única persona esperando. Pero entonces recordé: era él, el chico de la primaria, el mismo que me había ayudado cuando mis papás se olvidaron de buscarme aquel día.
Pasé el resto del día pensando en él, en cómo había cambiado y cómo seguía siendo el mismo. Su sonrisa iluminaba el lugar, sus ojos brillaban con una luz casi mágica que me dejaba sin palabras.
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Mi Meraki
RomanceLEAN NO SE VAN ARREPENTIR!!! póngale una estrellita 💫 💫 Para el chico que puede volar hasta la luna incluso aunque no tenga alas. Bienvenidos a esta historia de farasha Russel una chica que se enamora de su amigo que cree que es imposible que el...