6. EL FARO

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Desperté enredado en sábanas de color blanco. Totalmente desnudo y sudado. No recordaba en qué momento después de la pasión con Cam me había quedado dormido, en su cama. Rodé hacia un lado, los rayos de sol me dieron en la cara a través de la ventana y entrecerré los ojos mientras le buscaba dentro de su cuarto. No estaba.

Poco a poco me fui incorporando en la cama hasta quedar sentado, tiré de la sábana y me cubrí por completo. Tampoco recordaba haberme metido dentro de la cama. Probablemente él lo había echo. Muy considerado teniendo en cuenta la manera tan despectiva con la que me había tratado desde que nos conocimos. Creo que una parte de mí, la que lo había visto sentado en la cama como si nada, de nuevo distante y frío, había esperado que me echara de su cuarto en cuanto todo había terminado, pero no fue así. Creo que era él el que había salido huyendo.

—Cameron—le llamé saliendo de la cama y recorriendo su enorme cuarto con la mirada.

Sentí el impulso de buscarle en el baño, pero la puerta estaba abierta y la luz apagada, tampoco se escuchaba el ruido de la ducha ni nada, así que me parecía un poco infantil que él estuviera allí dentro, solo y a oscuras esperando que yo me marchara. Descarté esa idea. Simplemente me había dejado allí y se había ido.

Por un lado me sentí raro. Todo con Cam había sido de lo más erótico y excitante. Él se había llevado mi virginidad y no me importaba. Lo había esperado y había sido con alguien que me volvía loco, aunque todavía no había decidido si en el buen sentido o en el malo. Puede que en los dos.

Ya me había vestido y había decidido marcharme cuando me entró la curiosidad de saber más de Cameron Digg, y además estaba en su cuarto.

¿Pasaría algo si cotilleaba un poco?

Probablemente pasaría sí él me pillaba, pero de todos modos me arriesgué y comencé a echar un vistazo.

Todo su ropero era en el mismo tono, azul oscuro, gris, blanco y negro. Aunque variaba en modelos y distinción, desde buenos trajes de Armani hasta pantalones desgastado y simples suéter de lana. Cerré el ropero y entré en el baño. Tenías varias marcas de colonia en los armarios, varios tarros de analgésicos, un botiquín, un neceser para afeitarse y varios tarros de ungüento para las cicatrices de la espalda. En la mesilla condones, lubricante y ropa interior. Sobre el escritorio sus efectos personales y electrónicos. Nada interesante, salvo una buena pila de documentos que supuse que eran de su trabajo en la empresa familiar. Ya había desistido en encontrar nada cuando al girarme, el bolsillo de mi pantalón se enganchó en la arandela del cajón del escritorio y este se abrió de golpe y cayó el suelo fuera de sus goznes, esparramando en el suelo todo su contenido.

— ¡Mierda!

Me arrodillé en el suelo y comencé a recoger: Varios paquetes de tabaco, el pasaporte y la licencia para conducir. Un cargador de móvil, llaves de varios vehículos y una cosa más. Una foto.

Una foto de él, más joven, sin tatuajes. Sonriendo y divertido; alegre. Los rasgos de la cara y el cuerpo eran los mismos, pero parecía otra persona. No estaba solo en la foto, un chico le tenía agarrado de la cintura, muy pegado a él. También sonreía de una manera tímida y le miraba con amor. El chico era rubio y de ojos azules, delgado y fibroso, con rasgos aniñados y serenos al mismo tiempo... Como... como los chicos a los que habían nombrado los alumnos de la universidad en aquella reunión en el comedor... como yo. Todos pensaban que la señora Diggs los traía por el parecido que tenían con el difunto señor Diggs, sin embargo una frase de la noche anterior se me vino a la mente produciéndome un escalofrío.

"No estoy odio el programa de intercambio", había sido lo último que Cam me había dicho antes de quedarme dormido y de qué él desapareciera. Una idea se formó entonces en mi cabeza.

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