17. FIN DE SEMANA

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Cuando nos separamos en aquella azotea, Cam me propuso que pasara de nuevo el fin de semana con él, allí en Los Ángeles. Yo había aceptado, por supuesto. Luego habíamos vuelto abajo. Él quería que nos marcháramos del hotel, supongo que prefería que estuviéramos en un cuarto donde Lola no pudiera llegar y pillarnos.

—Me preguntaba... —había dudado sobre la puerta de mi cuarto en el hotel—. Sí quisieras pasar el fin de semana conmigo.

Después de lo que me había declarado no me sorprendió, pero sin embargo me quedé en silencio, sin saber que decir. Claro que quería, él lo sabía.

— ¿Y entonces?—insistió un poco más serio.

—Vale—susurré.

Me dejó uno minutos para que pudiera dejarle una nota sobre el recibidor del cuarto y luego recogí mis cosas y le esperé en el balcón. Él amanecer ya asomaba por el horizonte.

—Dios mío—me agarré el corazón cuando le vi de nuevo parado junto a la puerta—. Vas a matarme de un infarto. Creí que ibas a esperarme abajo.

—Tardabas mucho—dijo sin más; tenía la mirada perdida, como si aún sopesara si entregarse un poco más a mí era o no una buena idea. Yo tampoco le había exigido demasiado, en realidad no le había exigido nada. Seguíamos como siempre, salvo que ahora sabía que yo no era él único que empezaba a sentir un poco más que simple atracción.

— ¿Y no podrías llamar a la puerta?—le reproché mientras suspiraba y cogía mi macuto de encima de la cama.

—Tú nunca llamas—replicó. Y tenía razón.

Salimos del hotel y nos subimos a su coche. Quince minutos después las puertas del ascensor de su apartamento en Downtown se abrieron y entramos lentamente. Todo estaba en silencio y a oscuras. Las puertas se cerraron y él encendió una lámpara en un rincón. Sin decir nada comencé a caminar hacia las escaleras.

— ¿A dónde vas?—me preguntó mientras me seguía.

—A tú cuarto—contesté—. Quiero dejar mis cosas. Y estoy cansado, no he dormido casi nada ¿Quieres...?

—Dormiré contigo—se puso a mi lado y me agarró el macuto. Luego pasó por delante de mí y comenzó a subir, en la mitad se giró y me miró—. ¿Vamos?

Le seguí muy de cerca hasta el cuarto. Allí me quité la ropa y me metí en la cama. Él apagó la luz, luego se desnudó hasta quedar en bóxer y se metió a mi lado en la cama.

— ¿Estás enfadado?—me preguntó irguiéndose a mi lado.

—No—respondí.

—Parece que lo estás—apreció.

Lo miré a los ojos y en lugar de responder instantáneamente analicé la su mirada. Estaba cabizbajo, como cansado, y tenía un aire bastante tierno.

—Tengo muchas cosas en las que pensar—murmuré intentando sonar más cálido.

—Yo también—admitió.

Sin decir nada más, se recostó a mi lado y yo lo imité enseguida. La cama era grande, pero estábamos tan cerca de mí que podía sentir su calor corporal.

— ¿Estamos bien?—me preguntó.

Me arrebujé sobre mi hombro para mirarle y él hizo lo mismo. Durante un minuto nuestras miradas se conectaron; no hubo nada más que comunicación visual.

—Dímelo tú—murmuré.

—Soy una persona diferente desde que tú llegaste—dijo—. Todo el mundo parece haberse dado cuenta. Yo me he dado cuenta. Y lo único que quiero es estar bien.

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