14. EL LAGO

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El caminó hacia delante solo llevaba al faro, eso ya lo había descubierto la primera vez que me había llevado hasta allí. Efectivamente llegamos al faro, pero no se detuvo, sin no que disminuyó la velocidad. Por un momento creí que nos detendríamos, pero no fue así. Abandonó la carretera y tomó un camino de tierra que rodeaba el faro tan pequeño que solo cabía la motocicleta, totalmente flaqueado por árboles. La sombra de la pinada hizo que pareciera apunto de oscurecer aunque sabía que no era tan tarde.

— ¿A dónde vamos?—le pregunté.

—Ahora lo verás—susurró sin decirme nada.

Todo en torno a Cam era como un secreto, un misterio. Siempre que él me llevaba no sabía hacia donde nos dirigíamos, siempre andaba a ciegas. Pero inexplicablemente confiaba en él, y le seguiría a donde él me dijera... Incluso cuando no lo dijera.

—Por favor, dime a donde vamos—le supliqué.

Sabía que me había oído por que no íbamos tan rápido. Él suspiró.

—Al lago—respondió sin más.

No dije nada más, solo me dediqué a mirar al frente. Entramos directamente en el bosque, donde el aroma a pino y a tierra húmeda nos inundó los sentidos. Cam condujo con cuidado durante diez minutos más, luego aparcó en una explanada pequeña y yo me bajé enseguida. Le di el casco y di un paso al frente. Desde aquel lugar el lago era más hermoso que desde el faro, por que desde allí parecía infinito, plano y claro. A la luz del día era toda una preciosidad, tan inmenso que no logré ver el final ni a lo largo ni a lo ancho.

—No me parecía tan grande la otra noche—susurré.

—Era de noche—se burló él—. Y desde el faro tiene otra perspectiva.

—Es hermoso—di otro paso y me quedé en la orilla.

— ¿Y ya está?—escuché sus pasos tras de mí—. ¿No vas a ponerle ninguna pega?

—No.

—Sería la primera vez—dijo a mis espaldas—. Te gustó el faro y luego lo criticaste, e hiciste lo mismo con el jardín de mi ático de Downtown.

—Oh, cállate—le increpé.

El agua era tan cristalina que me podía reflejar en la orilla. El sol estaba en lo alto tras el medido día, y aunque no calentaba demasiado, la calma del agua te llamaba a sumergirte sin pensarlo. Y sin pensarlo, me quité la chaqueta, la camisa, los zapatos y los pantalones, y los dejé en la orilla.

— ¿Qué haces?—me preguntó Cam acercándose un poco a mí—. ¿Estás loco? ¿Qué quieres, meterte?

—Por supuesto que quiero meterme—me giré de medio lado y le regalé una sonrisa traviesa.

—El agua debe de estar helada—apreció él sin mostrar ninguna clase de aflicción en su cara.

—El otro día no te importó—levanté una ceja y recordé lo que había pasado. Sí el lo recordó también, tampoco lo demostró—. Además, hace sol, lo más probable es que esté agradable.

No dijo nada, así que con un movimiento rápido, corrí hasta la orilla y me lancé al agua. Bueno, la teoría de que el sol calentara el agua quedó totalmente descartada. Sí que estaba fría. Y era mucho más hondo que la orilla que daba al faro por que no podía tocar la arena con mis pies, solo me mantenía moviendo las manos. Cuando salí a la superficie tardé dos segundos en recuperar el aliento y darme cuenta de que Cam seguía observándome desde la orilla.

— ¿A que esperas?—le insté, divertido—. ¡Vamos!

—Esta zona no es muy segura para nada—hizo un mohín de disgusto.

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