9. LOS ÁNGELES

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— ¿Vamos a ir en helicóptero hasta Los Ángeles?—me acerqué a él y le susurré al oído, mientras el hombre con el que él había estado hablando; un tipo alto, joven y fuerte, con el pelo rubio y despeinado, metía nuestras cosas en la parte de atrás del helicóptero.

—Es evidente—me miró y arqueó las cejas como preguntándose por que preguntaba estupideces.

— ¿Él va a llevarnos?—señalé al tipo que nos esperaba en la puerta.

—No, James no sabe pilotar—negó y me agarró de la mano para arrastrarme hasta allí—. Yo pilotaré.

— ¿Tú sabes pilotar?—estaba jadeante cuando él me abrió la puerta del copiloto y esperaba a que yo me decidiera a subir, mientras el otro tipo se apartaba y las aspas nos envolvían en un aire ensordecedor.

— ¿Has montado alguna vez en uno?—me preguntó. Yo negué y él suspiró—. Bien, sé que estás nervioso, pero ¿Podrías dejar de preguntar idioteces? Por supuesto que sé pilotar.

Entornó los ojos y negó con la cabeza. Creo que ya empezaba a sospechar que había sido una mala idea llevarme con él. Monté en el avión y le dejé que me atara a él con el arnés de seguridad. Luego él rodeó el helicóptero y se subió a mi lado. Se abrochó el cinturón y luego esperó un momento.

—Que tenga buen viaje, señor—dijo el tipo y cerró la puerta de Cam.

Cameron se puso unos cascos con un auricular y un micrófono y comenzó a subir y bajar botones en los mandos. Yo me aferré las manos que ya me sudaban y esperé.

—Pista despejada—sonó una voz por el auricular que Cam llevaba. Hizo una señal con la mano, no se a quien, por que no se veía ya a nadie en la azotea, y luego suspiró—. Puede salir.

Dicho esto, Cam tiró de las palancas hacia arriba y nos elevamos en el aire. Yo contuve un grito, de miedo y de emoción, y me agarré al asiento. Luego seguimos elevándonos y comenzamos nuestro viaje.

— ¿Cuánto vamos a tardar?—le pregunté.

—Unos cuarenta y cinco minutos—contestó sin más.

No hablamos durante todo el trayecto. Yo me limité a mirar por la ventana. Tras el miedo inicial, aquello era absolutamente increíble. Volamos por encima de pastos verdes y las montañas de California. De vez en cuando se veía agrupaciones de casas que supuse que serían pueblos aislados.

—Mira, ahí está Los Ángeles—bastante rato después, Cam habló, y creo que sonrió al ver mi cara de sorpresa al admirar la ciudad desde las alturas—. De noche es más bonito.

Era de día, y él fue explicándome un Tour privado. Me sorprendió que hablara tanto. Me señaló desde los chalets de Beverly Hills, hasta el muelle de Santa Mónica. Lonch Beach, Garden Grove con su gran letrero en la cima. Voló desde Pasadena hasta Malibu... Al final pidió pista en lo que parecía uno de los edificios más fabulosos de Downtown.

Inmediatamente, y mientras yo aún contenía las ganas de gritar de la excitación, otro hombre, vestido con un traje negro y unas gafas de sol, y que tendría unos treinta y pocos años y un pelo negro y casi rapado, abrió la puerta de Cam.

— ¿Qué tal el viaje, señor Diggs?—preguntó el hombre.

—Bien, Dalton, gracias—dijo este. Era la primera vez que le escucha dar las gracias—. Ayuda a Aidan—me señaló con la cabeza.

El hombre dejó solo a Cam y corrió hasta mí dando un rodeo. Me abrió la puerta, me desató y me ayudó a bajar mientras las aspas se ralentizaron hasta quedar detenidas.

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