22. CICATRICES

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Cam aún estaba dormido, boca abajo, con la cubierta de la cama cubriendo sus piernas desnudas. Llevaba ya un rato despierto, y sin pensarlo, aunque un poco temeroso, también llevaba ya un rato moviendo mi mano derecha por toda su espalda, acariciando su suave piel con la yema de mis dedos. Al principio había gemido y se había encogido, pero luego había seguido durmiendo.

Fuera de la cama hacía frío aunque había salido el sol; sus rayos se metían entre las fisuras de las cortinas, lo que provocaba un efecto hermoso en la espalda de desnuda de Cam. Cada trazo de sus músculos resaltaba por la sombra que provocaba esa luz, lo que también resaltaba todos esos pliegues irregulares que adornaban su cuerpo.

Cicatrices. Montones de cicatrices en todas direcciones y de todos los tamaños. Recordé la primera vez que lo vi; estaba colocando un cicatrizante para intentar que desaparecieran y yo había intentado ayudarle. Después de que me contara como acabaron sobre su piel no podía admirarlas del mismo modo sin que me dolieran. Me dolía imaginar el simple hecho del cuchillo atravesando la suave piel de Cam.

Sin embargo me parecían una parte de él que yo también había logrado adorar. Eran parte de él y eso las hacía especiales y hermosas en cierta medida, como él lo era.

Cam era el típico hombre misterioso de los libros. El rebelde, obstinado, frío y encantadoramente sexy. El que rompe las reglas, va en moto y está lleno de tatuajes. Sí, incluso los tatuajes de Cam eran marcas de guerra. Pero incluso cada trazo y cada línea lograban resaltar la belleza de aquel hombre.

Seguí el camino de cada cicatriz con la yema de mis dedos, de un lado a otro, sintiendo la irregularidad de la piel. Desde sus hombros, por columna, hasta su espalda baja. Cada trazo más hermoso que el anterior.

—Al final te has salido con la tuya—ronroneó él—. No sé que voy a hacer contigo.

Retiré mi mano de inmediato, aunque no me aparté de él.

—Lo siento—me disculpé.

—No, da igual—él se fue girando lentamente—. Ya había comenzado a hacerme a la idea de que no ibas a darte por vencido. Has echado abajo todo lo demás, solo era cuestión de tiempo que esto también lo hicieras.

— ¿Estás enfadado?—inquirí.

—No—negó y me sonrió—. Eres la primera persona que me toca desde hace muchísimo tiempo. Y ¿Sabes una cosa? No he tenido el impulso de alejarme de tu tacto.

—Estabas dormido—levanté una ceja.

—No lo estaba—repuso él.

— ¿Todo este rato has estado despierto?—inquirí nervioso y él sonrió—. Parecías dormido ¿Por qué no has dicho nada?

—Bueno me ha... No ha sido tan malo—suspiró y recordé que en cuanto le había tocado con la yema de los dedos él se había encogido, debía de haber estado despierto desde entonces.

Después de eso nos quedamos en silencio mirándonos, se estaba convirtiendo en una necesidad para los dos, mirarnos sin decir nada.

— ¿Qué hora es?—él rompió el silencio.

—Las siete—contesté—. Ya me tengo que levantar para ir a clase.

— ¿Desde cuando llevas despierto?—me preguntó mientras se recostaba contra el cabecero colocaba una mano sobre su cabeza, mirándome por un segundo, sonriendo y luego volvió a cerrar los ojos.

—Ya hace rato—me encogí de hombros aunque él no podía verme—. Supongo que me he desvelado.

Él solo suspiró y luego bostezó dulcemente. Sin pensarlo volví a colocar mis dedos sobre su torso. Aún tenía que acostumbrarse a eso, por que cada vez que lo hacía, él temblaba levemente. Comencé a dibujar sobre su piel y él abrió los ojos.

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