10. CURIOSIDAD

18 3 0
                                    


—Esta bien, pero tengo varias condiciones—propuso.

Yo le miré indeciso y fijamente. Parecía sereno e impasible, pero en sus ojos había un brillo más intenso que antes.

— ¿Qué condiciones?—pregunté.

—No te contaré nada más si no me garantizas sexo esta noche—habló como si nada—. Tampoco puedes preguntarme algo que yo me haya negado a contestarte antes.

Sabía que era un poco impetuoso al proponerme sexo de aquel modo tan banal, peor también hubiera sido hipócrita por mi parte el haber negado que me moría por que volviera a tocarme con esa pasión que él desbordaba.

—Vale.

—Vale—repitió.

Cam bajó la mirada y yo deambulé entre mis pensamientos en busca de algo que preguntarle. Había tantas cosas y no sabía por donde empezar.

— ¿A que se dedica la empresa familiar?—susurré—. ¿Qué es eso de los terrenos? Pensaba que os dedicabais a las finanzas.

—Y así es, en parte—no me miró, seguía comiendo de su plato—. La empresa de Nueva York se dedica a eso. La de Reno, la que yo dirijo es una mediadora. Buscamos terrenos y los reconstruimos para empresas de construcción. Nosotros no construimos, solo clasificamos los terrenos y los ponemos apunto por el treinta por ciento del valor.

— ¿Por eso estamos aquí? ¿Por un terreno?—siseé.

—Recuerdo haber respondido a esa pregunta en Reno, cuando te dije sí querías venir—alzó la mirada y me miró con las cejas fruncidas.

Era verdad así que guardé silencio.

— ¿Es todo?—bebió vino y colocó sus cubiertos sobre el plato; había terminado de cenar—. ¿He satisfecho tu curiosidad?

—Esta noche, cuando hagamos el amor...

—Yo no hago el amor—me recordó.

—Cuando lo hagamos—suspiré—. ¿Podré tocarte?

—Pese a la estupidez que resulta se esa condición, no estás obligado a acostarte conmigo. Olvídalo—se fue por las ramas de nuevo. Como siempre que sacaba un tema comprometido para él.

— ¿Podré tocarte?—insistí.

—No—zanjó sin vacilar.

—Quiero tocarte—admití notando como mis mejillas se ruborizaban y mi voz comenzaba a jadear.

—Lo sé.

— ¿Por qué no?—insistí—. He visto las marcas. Pero ya no deben de dolerte, parecen cicatrizadas desde hace bastante tiempo...

—Hay cicatrices que nunca sanan—levantó la mano y llamó a la camarera—. Se acabó la conversación.

—No, no, por favor—suspiré—. Cuéntamelo. Pasara lo que pasara, sé que debió ser bastante duro, pero...

—Tú no sabes nada—siseó entre dientes—. Y esas historias que tanto te fascinan, son todas ciertas—se puso de pie—. Créetelas, esos cretinos que cuchichean llevan la razón—la camarera llegó y él dejó de mirarme—. Pagaré con tarjeta—dijo dándole a la mujer una tarjeta de crédito sin preguntar ni siquiera por la cuenta—. Esperaré en la barra mientras tanto.

Y se marchó. Dejándome allí sentado y solo. Con miles de preguntas más. Me levanté furioso del asiento y corrí tras él, en cuanto se posó en la barra le agarré de una mano y tiré de él.

— ¿Qué haces?—se soltó de mí—. Me he negado. No puedes hacerlo, debes respetar mi decisión.

—Estoy seguro de que si tu puedes cogerme de la mano yo también puedo—le agarré de nuevo y tiré de él hacia un reservado que estaba vació.

OSCURODonde viven las historias. Descúbrelo ahora