12. PROMESAS ROTAS

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Sumergido en el agua hasta la cintura, giré levemente la cabeza para mirarle. Él estaba quitándose la única ropa que llevaba de la misma manera que yo, se me secó la boca, me encantaba lo que estaba viendo. Cuando estuvo desnudo se adentró en la bañera, haciendo que el agua subiera un poco más, introdujo una pierna a cada lado de mi cuerpo y sus manos me abrazaron por la cintura. Me pegó a su pecho y me besó un hombro, luego agarró la esponja, le puso un poco de gel y comenzó a lavarme suavemente.

—Tienes una piel muy bonita—comentó—. ¿Te lo había dicho alguien antes?

Negué con la cabeza mientas él acariciaba mi piel. Cuando terminó de bañarme me giré para quedar frente a él. Él intuyó mis intenciones y cerró las piernas un poco. Yo me senté encima de él con las piernas abiertas a cada lado de su cintura. Quedé más arriba que él, así que inclinó la cabeza para poder mirarme.

— ¿Estás cómodo así?—preguntó de nuevo mientras sus manos acariciaban mi espalda, desde mis hombros hasta mi trasero, de arriba abajo varias veces.

—Ajá—suspiré.

—No estás muy hablador—frunció el ceño.

—No quiero hablar ahora.

Decidí mover mis caderas, haciendo fricción en su erección que se había acomodado entre mis muslos. Cam jadeo suavemente, abriendo los ojos sorprendidos gratamente y bajó sus manos nuevamente a mi trasero. Allí apretó e hizo fuerza con la intención de mover mis caderas con más precisión. Nos miramos fijamente, con los labios separados y entreabiertos, ambos con la respiración agitada ya.

Mis dedos se perdieron en su cabello, tiré de él suavemente mientras los movimientos de nuestros cuerpos aumentaban. Entonces ya no soporté la tensión más. Me incliné y le besé lleno de necesidad. Sus manos subieron, una colocándose a lo largo de mi columna y la otra sobre mi mejilla. Fue algo lento, pero a la vez salvaje y pasional; los movimientos no eran agresivos pero estaban llenos de adrenalina.

—Hazme tuyo—le pedí con la voz suave.

Cam me besó en respuesta, me levantó levemente para poder colocar su pene en mi entrada. Gemí al sentir su glande. Fue cuando entró en mi apretado ano, explorando mi interior con una necesidad tremendamente placentera, que yo solté un gritito.

—Un poco más—él apretó mis caderas contra las suyas y le noté llegar hasta el final. Me hice hacia delante y le mordí un hombro para ahogar en ese gesto todo el insoportable gusto—. Ya esta, ya esta—me acarició la espalda—. Ya estoy completamente dentro. Ahora puedes comenzar a moverte.

Esperé unos segundos y él no me presionó. Luego volví a erguirme y comencé a mover las caderas. Tomé un ritmo no muy rápido; sentía como él entraba y salía de mí con cada subida y bajada que yo daba. El agua salpicó un poco en el suelo. Él me agarró de la cintura y me detuvo.

—Vamos a la cama—susurró.

Yo asentí. Sabía que de aquella manara solo yo podía moverme, él resbalaba en el suelo y supuse que quería moverse dentro de mí. Antes de que me diera tiempo a reaccionar, salió del agua, se inclinó, pasó las manos por debajo de mis rodillas y sin hacer esfuerzo me sacó del agua y me pegó contra él. Yo solté un gritito y me agarré de su cuello.

—Dios mío—reí.

Chorreamos por todo el suelo de camino al cuarto. Cam caminó hasta la cama y me dejó caer allí. Luego encendió la luz de la mesilla y se acercó a mí nuevamente.

—Eres muy bello—se arrimó a mí de rodillas en la cama, como un animal en celo y luego subió por mi cuerpo hasta que dejó caer sus manos a cada lado de mi cuerpo, y me besó.

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