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Namjoon miraba la pared en donde se proyectaban las noticias, sus ojos atrapados en las imágenes caóticas que parpadeaban frente a él. La ciudad era un campo de zozobra y sombras, desmoronándose bajo la furia despiadada de Círculo Dorado. Rodeado de Efís y Meras, podía sentir el miedo palpitando en cada uno de ellos, pero era su propio miedo el que lo congelaba. Yúa y los demás estaban allá afuera, atrapados en esa pesadilla, y él… él solo podía observar.

Con un nudo en la garganta, trataba de convencerse de que no era más que una tormenta pasajera, algo que podría racionalizar. Pero, cuando sus pensamientos comenzaban a hundirse en la desesperación, vio a Yúa entrar por la puerta, sus pasos débiles y su rostro quebrado, pero estaba allí. Se adelantó sin pensar, alcanzándola con una desesperación que no trató de ocultar. La envolvió en un abrazo, estrechándola con una intensidad que él mismo desconocía. Su angustia comenzó a disiparse.

—Es un alivio... —susurró, su voz rota, incapaz de contener el torrente de alivio y de terror que aún pulsaba en su interior—. Es un alivio que estés bien.

Yúa lo miró. Su rostro parecía a punto de desmoronarse. Un dolor profundo, inabarcable, brillaba en sus ojos, y en su voz había una amargura desgarradora.

—Aún teníamos tiempo, Nam… —murmuró. La fragilidad de sus palabras dejando al descubierto el horror que había visto—. ¿Por qué tuvo que pasar esto?

Namjoon sintió su garganta cerrarse. Sabía que no podía darle una respuesta que le aliviara. Solo podía ofrecerle la verdad amarga, esa que intentaba disimular, aunque cada palabra se sintiera como una traición.

—Es Círculo Dorado, Yúa. Nunca importó cuánto tiempo creyéramos tener. Para ellos… siempre seremos solo sombras —Acarició con suavidad el cabello de la Efí en un intento de hacerla volver de aquella pesadilla—. Sabíamos que esto podía pasar, Yúa. Sabíamos que no podíamos salvar a todos... Círculo Dorado hace lo que quiere, cuando quiere.

Yúa lo miró asintiendo débilmente, sus ojos llenos de lágrimas, brillando con una tristeza tan profunda que Namjoon sintió cómo su propio pecho se desgarraba. Quería sostenerla hasta que el dolor desapareciera, pero en ese momento, una pequeña luz capturó su atención. Su mirada se quedó atrapada sobre Taehyung. Él caminaba hacia el centro del lugar, sus ojos clavados en la proyección, como si esa imagen de devastación lo hubiera consumido.

Desde su piel irradiaba un resplandor peculiar, como si la intensidad de sus emociones desbordara sus límites. Con cada paso que daba, la sala parecía llenarse de esa energía, envolviendo a todos en un silencio profundo, contenido. Una lágrima descendía lentamente por su mejilla, y cuando habló, su voz era un lamento enardecido, el eco de una llama indomable.

—¿De verdad debo quedarme de brazos cruzados? —su pregunta quebró el aire, cargada de un reproche que era tan feroz como el dolor que lo consumía.

Una Efí se adelantó, enfrentándolo con una expresión fría y amarga.

—¿Y qué piensas hacer, Terno? ¿Pedir ayuda? ¿A quién? ¿A la policía? —dijo con sarcasmo contenido— Ellos son parte de esto. Están del lado de Círculo Dorado —soltó una risa irónica—. Nadie allá afuera va a levantarse por ti, ni por ninguno de nosotros. ¿Acaso vale la pena siquiera intentarlo?

¿Realmente ella acaba de preguntar eso? Taehyung fijó sus ojos en aquella Efí. Ella fue incapaz de contener su mirada. ¿Y cómo podía hacerlo? Sí; en aquellos profundos ojos verdes solo encontraba reproche y decepción.

—No estoy pidiendo ayuda de afuera —dijo, su voz firme como un golpe—. Les estoy hablando a ustedes. Juntos podemos pensar en algo, en una manera de poner fin a esta pesadilla. Luchar por nuestra libertad.

Recuerdos de lo efímero y lo eterno | TaekookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora