XXV

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El sol aún se encontraba fuerte en lo alto del cielo, indicando la media tarde. Seungcheol se sentó en el porche, observando el jardín que con tanto esmero había comenzado a cultivar. Cada rincón de su hogar le daba paz, pero últimamente había algo más, algo que no podía apartar de su mente:

Jeonghan.

Sentía una mezcla de tranquilidad y ansiedad al pensar en él. ¿Desde cuándo alguien había logrado remover su vida de esa forma?

Seungcheol cerró los ojos, recordando el día que lo vio por primera vez en el mercado. Ese bullicioso lugar, lleno de voces, colores y olores, ahora parecía más especial en su memoria. Jeonghan destacaba entre la multitud, moviéndose con naturalidad y encanto, y su rubio cabello largo ondeando al viento había capturado la atención de Seungcheol de inmediato.

Se encontraba esperando a Jeonghan, con quien había quedado en verse para que aprendiera a cuidar el jardín de su abuela. Aunque, bueno, todo siempre era una excusa para pasar tiempo juntos.

Cuando Jeonghan llegó, traía consigo una energía ligera que parecía llenar de vida el jardín. Seungcheol se deleitaba en los pequeños gestos de su invitado: el modo en que sus labios se curvaban en una sonrisa tras sus bromas, o la seriedad en sus ojos cuando intentaba concentrarse en las instrucciones de jardinería que Seungcheol le daba. Cada mirada y cada gesto despertaban algo en él, un deseo de tenerlo cerca y de preservar esos momentos de sencillez juntos.

—Hoy plantaremos algunas flores bonitas —anunció Seungcheol, levantando un paquete de semillas entre sus manos. Trató de sonar casual, aunque su voz tenía un matiz de entusiasmo. —Con suerte, impresionarás a tus amigos de la ciudad con tus nuevas habilidades.

Jeonghan lo miró, fingiendo un aire solemne mientras tomaba las semillas.

—Nunca pensé que estas cosas tan pequeñas pudieran tener tanto potencial. —sonrió, con una chispa juguetona en sus ojos—. Espero que no me estafen y crezcan de verdad.

Las risas no tardaron en llenar el aire mientras ambos trabajaban en el suelo. La tierra comenzó a cubrir las manos y la ropa de Jeonghan, quien, con cada paso torpe, parecía crear más caos que orden. En un intento por seguir las instrucciones, esparció las semillas de manera desordenada, mientras Seungcheol observaba divertido.

—¡Así no, Jeonghan! —Seungcheol se reía mientras intentaba enseñarle nuevamente, su voz entrecortada por las carcajadas.

—Quizá solo soy un artista incomprendido —respondió Jeonghan con un brillo travieso en los ojos, sacudiéndose la tierra.

La risa de ambos resonó por todo el jardín, un sonido que parecía mezclarse con el murmullo del viento y el susurro de las hojas. Para Seungcheol, esos momentos sencillos y llenos de complicidad lo hacían olvidar las dudas que lo inquietaban.

Cada gesto y cada broma compartida le recordaban lo especial que se había vuelto Jeonghan en su vida, y, por un instante, pudo ver cómo sería tenerlo a su lado de manera permanente.

.

El tiempo pasó sin que se dieran cuenta, y pronto el sol empezó a desaparecer tras el horizonte, llenando el cielo de tonos anaranjados y morados, aunque un cúmulo de nubes llamó la atención de Seungcheol.

Jeonghan suspiró, su mirada perdida en el paisaje, aunque Seungcheol podía notar la melancolía en sus ojos.

—A veces me pregunto cómo sería vivir aquí —dijo Jeonghan en voz baja, su tono cargado de nostalgia—. En un lugar tan lejos de todo lo que conozco.

Seungcheol no dijo nada, pero su corazón latía desbocado. Si bien la idea de que Jeonghan se quedara era tentadora, sabía que no podía pedirle algo así. No quería que sus propios deseos egoístas empañaran la libertad de Jeonghan.

▸ Verano en Jeonju ៸៸ 𝙅𝙚𝙤𝙣𝙜𝘾𝙝𝙚𝙤𝙡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora