LX - Epílogo

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El sonido de martillazos y madera crujiente aún flotaba en el aire cuando Seungcheol finalmente se apartó, admirando su obra maestra con una expresión de triunfo.

Sobre él, entre las ramas del árbol más grande del patio, se alzaba la casita de Hansol, con una pequeña ventana, una baranda resistente y hasta una cuerda para subir más rápido.

—¡Papá, esto es genial! —exclamó Hansol desde la ventanita, con los ojos brillando de emoción.

—Obvio, solo te doy lo mejor —respondió Seungcheol con orgullo, sacudiéndose el polvo de las manos.

Desde la puerta de la casa, Jeonghan los observaba con los brazos cruzados y una ceja arqueada.

—Ajá, "lo mejor" después de dos veranos de promesas —comentó, con una sonrisa burlona—. Si hubiera esperado a que tú mismo hicieras nuestra casa aquí, seguiríamos viviendo en un terreno vacío.

Seungcheol puso los ojos en blanco antes de girarse y rodear la cintura de su esposo con los brazos, abrazándolo por la espalda.

—Ey, el arte no se apresura. Además, esta casita del árbol es una obra de ingeniería avanzada. Hansol tenía especificaciones muy claras.

Desde arriba, Hansol asintió con solemnidad.

—Correcto. Quería que la ventana estuviera en el ángulo perfecto para ver las estrellas y que la madera no rechinara cuando me mueva —respondió el niño, acomodándose sus gafas redondas con un aire de inteligencia.

Jeonghan suspiró, masajeándose las sienes.

—Por supuesto que mi hijo tenía requisitos específicos.

Seungcheol rió y apoyó la barbilla en el hombro de Jeonghan.

—Tengo hambre.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —preguntó Jeonghan con fingida indiferencia, aunque su mano se deslizó instintivamente sobre los brazos de Seungcheol.

—Que eres mi esposo y me prometiste cuidarme en la salud y en la enfermedad —respondió él, con un puchero.

Jeonghan rodó los ojos, pero terminó sonriendo.

—Justo venía a buscarlos para almorzar. Hansol, baja de ahí, vamos a comer.

El niño asomó la cabeza por la ventana y negó con vehemencia.

—No. Viviré aquí.

Seungcheol sonrió con ternura, pero Jeonghan no estaba de humor para negociaciones absurdas.

—Hansol —su tono se volvió serio—, si no bajas en este momento, estarás castigado y no jugarás con Seungkwan y Seokmin esta tarde.

Hansol parpadeó. Luego, miró su casita, luego miró a su padre, luego miró la casita, y finalmente a su padre de nuevo.

—...¿Por cuánto tiempo sería el castigo?

Seungcheol ahogó una carcajada y Jeonghan cerró los ojos por un segundo, buscando paciencia.

—Todo el día.

Hansol soltó un suspiro dramático, como si estuviera tomando una decisión trascendental.

No quería pasar sus vacaciones encerrado, siempre estaba encerrado en su aburrido departamento en Seúl. Y ahora, que tenía metros y metros de prado verde, no pensaba desperdiciarlos.

—Está bien, pero quiero una escalera más grande el próximo verano.

—Sí, sí, baja de una vez —dijo Jeonghan, negando con la cabeza.

▸ Verano en Jeonju ៸៸ 𝙅𝙚𝙤𝙣𝙜𝘾𝙝𝙚𝙤𝙡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora