XLIII

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El trayecto de regreso a la casa fue un silencio cargado de emociones. Jeonghan, sentado en el asiento trasero del auto, tenía la mirada fija en la ventana. Las luces de las calles pasaban como destellos lejanos, y sus lágrimas, que seguían cayendo sin pausa, parecían no tener fin.

Su respiración era irregular, entrecortada, y cada tanto apretaba los labios con fuerza, tratando de contener el sollozo que subía por su garganta.

Desde el asiento del copiloto, Soonyoung no podía dejar de mirarlo con el ceño fruncido. Jeonghan era alguien que siempre intentaba mantener una fachada de calma y control, incluso en los peores momentos. Verlo así, roto, le oprimía el pecho. Soonyoung desvió la mirada hacia Mingyu, quien conducía con una expresión igualmente preocupada. Cada tanto, Mingyu lanzaba una mirada al retrovisor, pero no decía nada. El ambiente era demasiado frágil como para intentar romperlo con palabras.

Jeonghan no había pronunciado una sola palabra desde que dejaron la fiesta. Soonyoung alargó una mano hacia el respaldo del asiento de Jeonghan, como si quisiera tocarlo, consolarlo de alguna manera, pero no lo hizo. Temía que cualquier gesto pudiera hacerlo quebrarse más de lo que ya estaba.

Cuando llegaron a la casa, Mingyu apagó el motor y se giró lentamente hacia Jeonghan.

—Hyung... —murmuró, pero él no respondió.

El mayor abrió la puerta del auto con movimientos lentos, casi mecánicos. Al intentar bajar, sus piernas vacilaron, como si de repente hubieran perdido la fuerza. Soonyoung abrió la puerta del copiloto con rapidez, pero Mingyu ya estaba a su lado, sujetándolo antes de que pudiera caer.

—¡Cuidado! —exclamó Mingyu, sosteniéndolo firmemente por los brazos.

Jeonghan levantó la vista hacia él, sus ojos hinchados y vidriosos, y asintió débilmente. No dijo nada. Mingyu lo ayudó a ponerse de pie y, con Soonyoung detrás de ellos, caminaron hacia la casa.

El silencio continuó envolviéndolos incluso cuando cruzaron la puerta de entrada. Jeonghan caminó tambaleante hacia el sofá del living y se dejó caer en él, hundiéndose como si todo su cuerpo pesara toneladas. Sus manos temblorosas se llevaron al rostro, cubriéndolo mientras un largo suspiro escapaba de sus labios.

Mingyu y Soonyoung permanecieron de pie, intercambiando miradas ansiosas. Mingyu fue el primero en romper el silencio.

—Hyung, ¿quieres que prepare algo para ti? ¿Agua, té...?

Jeonghan negó con la cabeza sin mirarlo, dejando que sus manos cayeran sobre sus piernas. Sus ojos estaban enrojecidos, pero su expresión se veía vacía, como si la pelea con Seungcheol le hubiera arrebatado toda la fuerza.

Finalmente, habló, pero su voz era apenas audible.

—No se preocupen por mí. Pueden volver a la fiesta.

—¿Qué? —Mingyu frunció el ceño, su tono mostrando incredulidad. Dio un paso hacia él, inclinándose un poco para intentar captar su mirada. —Hyung, no podemos dejarte así.

Jeonghan cerró los ojos por un momento, apretándolos como si eso pudiera aliviar el peso en su pecho.

—Estaré bien... Solo necesito descansar. De verdad... vuelvan.

Mingyu negó con la cabeza, cruzándose de brazos. No estaba convencido en lo más mínimo, pero antes de que pudiera insistir, Soonyoung intervino.

—Mingyu, ¿por qué no vuelves tú? Yo me quedaré con él.

Mingyu lo miró como si estuviera loco.

—¿Estás seguro?

—Sí. —Soonyoung asintió con firmeza. Su mirada se suavizó al posarse en Jeonghan. —Jeonghan necesita descansar, y yo puedo quedarme con él. Tú regresa, no te preocupes.

▸ Verano en Jeonju ៸៸ 𝙅𝙚𝙤𝙣𝙜𝘾𝙝𝙚𝙤𝙡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora