XLVIII

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El motor del auto rugía suavemente mientras las luces de la ciudad pasaban como destellos fugaces a través de la ventana. Jeonghan iba con la cabeza apoyada en el vidrio, sintiendo la vibración del vehículo en su sien. La mañana tenía un aire gris, algo nublado, pero sin señales de lluvia.

Bajó el vaso descartable del que estaba bebiendo, estaba tomando te de jazmín y miel, ya que le dolía la garganta a causa del día anterior.

Wonwoo manejaba con una mano en el volante y la otra descansando sobre su pierna. Su expresión era serena, aunque la rigidez de su postura dejaba en evidencia que algo lo preocupaba. El silencio entre ellos era denso, pesado, como si ninguno supiera qué decir o si debía decir algo.

Jeonghan carraspeó levemente antes de hablar.

—Dime algo —su voz sonó áspera, rasposa, como si le costara salir.

Wonwoo ladeó la cabeza apenas, sin apartar los ojos del camino.

—Es mejor que no hables —dijo con calma—. Necesitas cuidar tu voz.

Jeonghan hizo una mueca.

—No es para tanto —murmuró.

Wonwoo suspiró.

—Lo es si quieres que las grabaciones salgan bien.

Jeonghan parpadeó un par de veces, sin dejar de mirar por la ventana. Luego, tras unos segundos, preguntó:

—¿Estás enojado?

Wonwoo no respondió de inmediato. Sus dedos tamborilearon levemente sobre el volante, y finalmente exhaló una risa breve, sin humor.

—No. Solo estoy nervioso por la grabación —admitió.

Jeonghan giró el rostro para mirarlo de reojo.

—No te preocupes, si algo sale mal, yo asumiré la responsabilidad.

Wonwoo bufó suavemente.

—Eso no me tranquiliza, Jeonghan.

Jeonghan sonrió, apenas, pero no insistió más. Volvió a mirar por la ventana, observando cómo el paisaje urbano pasaba frente a él. Y entonces, sin querer, sin proponérselo, un recuerdo lo golpeó de lleno.

"El olor antiséptico del hospital. La luz blanca y fría del pasillo. Su brazo con una intravenosa conectada, el cansancio pesándole en los párpados.

Seungcheol sentado a su lado, con una bandeja de comida en las manos y una sonrisa cansada en los labios.

—Tienes que comer algo. No puedes solo dormir y esperar que la medicina haga todo el trabajo —decía, con ese tono firme pero gentil que solo él tenía.

Jeonghan lo miraba de mala gana desde la camilla, sin muchas fuerzas para replicar. Le dolía la cabeza, el cuerpo le pesaba y la picazón que le causaba el suero en el brazo lo volvía loco.

—No tengo hambre.

—No te pregunto si tienes hambre, te digo que comas —Seungcheol abrió un paquete de galletas y lo dejó sobre la mesita, justo en el campo de visión de Jeonghan. Luego sacó un pequeño tazón de arroz y lo movió frente a su cara—. ¿Arroz?

Jeonghan solo suspiró.

—No me mires así, amor. Si no comes, no vas a mejorar —insistió, inclinándose un poco hacia él.

—Dame las galletas —murmuró Jeonghan finalmente, y Seungcheol sonrió con satisfacción.

—Eso pensé.

▸ Verano en Jeonju ៸៸ 𝙅𝙚𝙤𝙣𝙜𝘾𝙝𝙚𝙤𝙡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora