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Espina del corazón

Suguru se encontraba débil, su cuerpo apenas sostenido por la cama en la que yacía. En su sueño, se veía a sí mismo sonriendo hacia Satoru, pero algo no estaba bien. Satoru se veía distante y serio. Sus ojos, que solían brillar, ahora reflejaban una profunda tristeza y melancolía.

Suguru intentaba acercarse a él, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Cada paso que daba parecía alargar la distancia entre ellos. La desesperación comenzó a apoderarse de él, sus manos temblaban mientras extendía los brazos, tratando de alcanzar a su prometido. Pero Satoru seguía alejándose, su figura desvaneciéndose en la penumbra del sueño.

La sensación de ahogo se intensificó. Geto sentía como si el aire se volviera más denso, dificultando cada respiración. Su pecho se comprimía, y un sudor frío cubría su frente. La desesperación se transformó en pánico, y en un último esfuerzo por liberarse de esa angustia, abrió los ojos de golpe.

—¡Satoru!

Se incorporó bruscamente en la cama, su respiración agitada y su corazón latiendo desbocado. Era como si hubiera resucitado de entre los muertos. Miró a su alrededor, tratando de orientarse, y poco a poco, la realidad comenzó a asentarse en su mente.

Tomaba grandes bocanadas de aire, intentando llevar el oxígeno a sus pulmones. Una mujer que estaba cuidando de él se acercó rápidamente, preocupada.

—Señorito Geto, ¿qué pas... —no terminó de decir sus palabras, quedando completamente impactada.

El color del Omega regresaba lentamente a su piel, como si la vida misma volviera a fluir por sus venas. Sus mejillas adquirían un rubor saludable, infundiendo vitalidad a su rostro. Sus labios, antes resecos y apagados, ahora brillaban con un fulgor renovado, mostrando una suavidad y atractivo que antes no tenían. Su cabello, que había perdido su brillo, recuperaba su sedosidad y caia perfectas sobre sus hombros. Las ojeras que marcaban su rostro se desvanecían, revelando una piel tersa y luminosa.

La transformación era tan impresionante que parecía casi irreal. Cada detalle de su apariencia reflejaba una vitalidad renovada, como si una fuerza invisible hubiera restaurado su esencia.

La mujer, sin poder contener su asombro, salió corriendo y gritando el nombre de Shoko, mientras Geto intentaba respirar tranquilamente, sintiendo cómo cada inhalación llenaba sus pulmones de vida.

Sentía cada célula de su cuerpo revitalizarse, como si una energía nueva y poderosa lo recorriera.

Suguru se incorporó lentamente, sintiendo la fuerza regresar. Miró sus manos, ahora firmes y llenas de color.  La luz que entraba por la ventana decia que era muy tarde,  casi ocultandose en el horizonte el sol.

La mujer regresó con Shoko, quien al ver a Geto en ese estado, no pudo evitar una exclamación de sorpresa.

—¡Geto! —dijo Shoko, acercándose rápidamente—. ¿Cómo te sientes?

Geto asintió, aún recuperando el aliento, pero con una expresión de confusión en su rostro.—Me siento... renacido, extraño—susurro con la voz rasposa.

La belleza del Omega no solo había regresado, sino que parecía haber alcanzado un nuevo nivel de perfección..

Shoko lo examinó detenidamente, notando la increíble mejoría. Era como si una nueva vida hubiera sido insuflada en él.

𝐿𝑎𝑧𝑜//𝑆𝑎𝑡𝑜𝑆𝑢𝑔𝑢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora