Capítulo 1. Año nuevo, ¿vida nueva?

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Es 5 de septiembre y el sol brilla más que nunca en su punto más alto del cielo, queriendo aferrarse a los últimos resquicios de calor antes de despedir al tan ansiado verano. Septiembre, ese mes que para la mayoría de los estudiantes supone un punto mayor de inflexión que el 1 de enero después de comer las 12 uvas. Es el comienzo de un nuevo curso académico, con sus consiguientes momentos bonitos compartiendo risas junto a otros compañeros y amigos, pero también algunos llantos cuando una obra no ha salido tan bien como se esperaba en una audición a pesar de todas las horas de estudio o cuando no se consigue plasmar los conocimientos en un trozo de folio.

Martin suspiró observando el imponente Conservatorio en el que había pasado tantas horas desde que tenía uso de razón, porque la realidad era que, a diferencia de muchos de sus compañeros cuya andadura de la mano de la música clásica comenzaba cerca de los 8 años, el vasco no tiene ningún recuerdo fuera de las cuatro paredes de ese edificio.

Dedicó unos segundos más a deleitarse con todas y cada una de las ventanas, no pudiendo esconder la sonrisa cuando recordó como Belén y él se habían llevado un buen castigo por tirar globos de agua al profesor de coro cuando apenas tenían doce años una tarde calurosa de junio. Sus ojos también viajaron a la esquina más oscura y apartada entre los matorrales, donde había dado su primer beso con catorce a un chico que tocaba la trompeta y con el cual estuvo saliendo un año hasta que su familia decidió mudarse a otra provincia.

Una mano rodeándole el cuello de golpe le sacó de sus pensamientos.

-¿Qué pasó manito? - preguntó sonriendo con efusividad Álex - Estabas empanado mirando el conser.

-No me puedo creer que vaya a ser el último año que pasemos en este infierno - rió el vasco.

Álex le miró con el ceño fruncido. No le habían gustado las palabras que su amigo había pronunciado.

-Voy a hacer como que no te he escuchado, ¿qué? ¿Entramos? - preguntó - Belén debe de estar ya dentro.

Martin levantó los hombros con simpleza y le siguió dos pasos por detrás.

Una vez dentro del Conservatorio, ambos chicos caminaron en un cómodo silencio hasta el salón de actos que se encontraba en la planta baja del mismo. El reloj de pared marcaba las 17:59, un minuto antes de que diera comienzo la repartición de compañeros para la asignatura de música de cámara, en la que cada año se distribuía a todos los estudiantes en distintos grupos para aprender a trabajar en equipo escuchándose unos a otros e interpretar las obras que el profesor considerase oportunas para el nivel en el que se encontraban.

El vasco no hizo más que poner un pie en el salón cuando todas las miradas se posaron en su figura. Todos interrumpieron las conversaciones con sus amigos poniéndose al día después del verano y comenzaron los murmullos evidentes e indiscretos señalándole sin pudor. Martin apretó los puños y la mandíbula tratando de mostrarse impasible ante todos, frío como el hielo. Todos pensaban que estaba actuando de manera arrogante caminando con paso decidido y la cabeza alta, pero nada más lejos de la realidad, cuando estaba tratando de ocultar las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos color avellana.

 Álex le apretó el hombro de manera cariñosa para infundirle apoyo y que supiera que no estaba solo. El vasco no le devolvió la mirada y se dirigió a donde se encontraba su amiga Belén, habiéndola descubierto por su flequillo castaño entre la gente en la tercera fila en un vistazo rápido por la sala.

-¡Wow! No pensaba que se atrevería a venir a este tipo de actos - comentó María mientras se llevaba un puñado de patatas fritas a la boca.

-Cállate María - le dio un codazo Juanjo - que te va a escuchar. 

CONTRA LAS CUERDASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora