Capítulo 9. quito capas que me aprietan, siempre quedan más

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Martin terminó de tocar la pieza y expulsó todo el aire contenido de golpe. Era una sensación que no podía describirse con palabras. Indescriptible para la gente que no toca un instrumento. Para que se pueda entender, clavar una pieza y hacerla perfecta se siente igual que cuando tu equipo favorito gana al marcar un gol en el último minuto, cuando sacas un diez en un examen el cual estudiaste mucho o cuando consigues entradas para ver a tu artista favorito. Una suma de sensaciones imposibles de explicar que afloran en tu abdomen y hacen rugir desbocado tu pecho como si tuvieras una manada de leones a punto de escapar de tu tórax.

-Bravo Martin - aplaudió César, su profesor de violín - en nada has mejorado una barbaridad, y el pasaje que se te atragantaba ha quedado ha pasado a mejor vida - explicó moviendo los brazos sin importancia- eres un grande tío.

El vasco sonrió orgulloso de sí mismo. Las clases con César eran tan diferentes a cuando su madre le enseñaba en casa. El carácter de César era afable y dulce, su forma de expresarse con cariño y paciencia, le hacían crecer tanto  musical como personalmente. Jamás dio tantas gracias a la vida por el hecho de que una madre no pudiera ser tu profesora oficial en una institución pública. Porque si no, Martin estaría seguro que habría dejado la música el primer día que sostuvo un violín entre sus manos.

-Creo que puedes ir a la audición de final de mes sin duda, deberíamos ir concertando ensayos con el que vaya a ser tu pianista acompañante pero vamos ¡qué genial Martin! - sonrió César- creo que podemos ir avanzando hoy con alguna otra obra y ya las dos semanas antes nos centramos a fondo con esta pieza para pulir detalles. Pero oye, que yo estaría tranquilo, ¡te sale de cine! ¿Quieres que vayamos avanzando con la obra de Tchaikovsky?

Martin asintió, feliz. Las clases con César se pasaban en un abrir y cerrar de ojos. Por momentos como ese, disfrutaba de hacer música.

Al finalizar la clase, se acercó a su profesor, y le abrazó fuerte.

-¿Estás bien? - preguntó curioso César, separando su cuerpo del de Martin para poder verle el rostro.

Martin no era una persona que normalmente ofreciera contacto físico a los demás. Era una persona reservada y hermética con sus sentimientos. César conocía a su alumno predilecto desde que apenas media un metro y se reía con los paletos separados. A César le causaba mucha ternura ver al pequeño con esa sonrisa imborrable y siempre le decía que se le escapaban las mentiras a través de ellos. Martin le respondía de vuelta enfurruñado alegando "yo soy bueno, yo no cuento mentiras", causando la carcajada de su profesor.

Esa era su dinámica, se tenían mucho cariño y para Martin, César fue la figura que su madre nunca logró ser. Tenían su propio código de lenguaje, cada vez que el pequeño entraba en el aula, acababa con el pelo revuelto y un apretón de manos como saludo. Esa rutina seguía vigente hoy en día, cuando el vasco ya era de la altura de su profesor y el apretón de manos era más fuerte también. No querían perder las tradiciones.

Era imposible no cogerle estima cuando te miraba con esos ojos profundos color miel y se empapaba de todo lo que le explicabas como una esponja, avanzando a pasos agigantados a una velocidad que ningún alumno era capaz de seguir. Sus ojos eran el fiel reflejo de un alma pura que amaba la música como parte de su vida. Como si se tratase de un órgano más, tan importante como el cerebro o el corazón. Martin había nacido para ser una estrella y las cuatro paredes de su Conservatorio se le quedaban pequeñas. En apenas unos meses el mundo le conocería cuando pasase a un nivel más profesional y nadie se olvidaría del nombre del vasco. O esa es la percepción que tenía su profesor de él.

El vasco siempre fue más maduro de lo que le tocaba por edad, quizá por la presión de tener la madre que tiene y seguir sus pasos de cerca. Es difícil vivir bajo la sombra de una violinista exitosa que desde una corta edad había ganado importantes premios por toda Europa y que además, todos los alumnos tenían alta estima hacia ella. Bueno, hasta que cometes un error y te conviertes en la presa de las hienas que esperan pacientemente para ver tu caída. Y en ese momento de la historia se encontraban Martin y su madre. Pues al vasco, todo lo que su madre hacía, le afectaba indirectamente aunque no lo mereciera.

CONTRA LAS CUERDASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora