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Alaia estaba encerrada en la habitación de su hermanita, la pequeña apenas tenía 11 años pero había sido adoptada a los 5 meses de nacida así que por supuesto que la alfa la adoraba con todo su corazón ¿Y cómo no hacerlo cuando ves crecer a alguien?

— Hola Paule, ¿Cómo te sientes?

La niña estaba sentada sobre su cama llorando de dolor, el primer celo dolía como el verdadero infierno, una tortura que todas las personas vivían, y a pesar de que el dolor reducía significativamente, tenía que repetirse casi toda su vida. Todo aquello apenas estaba empezando, lo mal que se sentiría en la noche si no tomaba un inhibidor sería de locos, seguro perdería la consciencia.

— Alaia. — Chilló la menor. — No estabas aquí.

— Ay pequeña, en verdad lo siento mucho, mucho, mucho, como de aquí a la luna. — No compartían sangre, pero Alaia era la mejor hermana que esa pequeña pudiera desear, una niña dulce que amaba todo lo lindo. — Estaba estudiando.

— Seguro no te acordabas de mí.

— ¿¡Qué no!? Pero si pienso en tu diario. — La mayor caminó para sentarse a un lado de Paule, las feromonas eran molestas porque, por obvias razones la niña no las controlaba, pero no importaba con tal de estar con su hermanita. — Te voy a contar algo, incluso me ayudaste a conquistar a mi omega. La niña, con todo y el dolor que sentía abrió los ojos asombrada por lo que Alaia acababa de decirle, se arrodilló para colocarse de frente y, agitándola de los hombros rogó por más información sin la necesidad de decir nada. — ¿Recuerdas las estampitas que me diste? las de animalitos. — Claro, y el ciento más de estampas.

— Eran muy bonitas.

— Pues yo las usaba como sellos para cerrar las cartas que le daba a mi omega, a ella le encantaron.

— ¿Cómo se llama?

— Lea ¿A que su nombre es muy bonito? Si usas un inhibidor podrías bajar a conocerla.

— NO. — Y en verdad se trataba de un rotundo no, no estaba a discusión.

— ¿Por qué no? ¿No la quieres conocer o prefieres quedarte en la habitación?

— No quiero que me inyecten. — Le tenía mucho miedo a las agujas.

Claro que existían pastillas, algunas incluso lograban suprimir el celo por completo, pero los doctores no las recomendaban hasta pasados los 15 años.

— Vamos, yo sé que tú puedes al menos intentarlo, así te dejaría de doler. — Alaia tomó en un abrazo muy protector a Paule casi recostandose en su hombro. — Conozco lo valiente que eres.

— No lo soy, no como tú.

Esas palabras la petrificaron ¿Le habían dicho? seguro que solo estaba siendo paranoica, sus madres habían prometido no decir nada, que todo era solo su imaginación, pero la voz de su hermanita seguía resonando perforando su cordura, a Paule no, no quería que esa niña supiera nada.

— ¿Por qué crees que soy valiente?

— Lo eres. — Contestó, sin en realidad haber contestado nada. — Eres grande.

— Tú también lo vas a ser, y serás aún más grande si me dejas inyectarte, así no solo te sentirás mejor, así podrás ser incluso más valiente que yo. — En verdad se estaba esforzando para que no notara lo asustada que estaba.

— No soy valiente. — No importaría que tanto hablara, Paule no la escucharía, estaba asustada, casi tan asustada como ella de que una niña pequeña se enterara de su pasado... ¿Qué pasaría si Lea se enterara? ¿La vería igual?

— Sabes, creo que yo tampoco lo soy.

Al final Alaia había inyectado a la fuerza a Paule, la pequeña tenía tanto dolor que ni siquiera notó el pinchazo y por fin logró quedarse dormida.

La herida en el corazón de Alaia no se curaría tan rápido. ¿Cómo curar algo que daba tanto miedo?

Después de la tormenta (Omegaverse Gl)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora