Temporada 4 Capitulo 3

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Isabella se despertó desnuda en la cama. Le gustaba dormir así, despertarse y contemplar la ropa interior tan sexy que podía usar. Ponerse esas prendas y mirarse al espejo como la sensual mujer en la que se había convertido la hacía sentirse muy caliente, pero también disfrutaba enormemente el momento. Miró por la ventana y vio que el cielo estaba precioso, despejado, sin una sola nube. Se sentía muy feliz: su vida era perfecta. Ahora era una mujer hermosa, con un novio millonario y un amante que le daba placer en la cama. Por un instante, se preguntó cuánto duraría esa felicidad absoluta. Sin embargo, mientras reflexionaba, cogió el móvil distraída y vio que tenía un WhatsApp de Alberto. Parecía que ese día también sería perfecto: Alberto la invitaba a un lujoso balneario antes de la cena de gala. La pasaría a buscar a las 11.

Isabella desayunó satisfecha de tener un hombre que estaba pendiente de ella. Se maquilló para ponerse guapa, pero también para practicar, ya que aún le costaba un poco. Luego preparó la maleta: cogió algunos bikinis para el balneario y ropa interior sexy pensando en sus encuentros con Alberto. Le preguntó por WhatsApp a qué hora regresarían, y él le dijo que tendría tiempo de pasar por casa antes de la cena de gala. Por eso, no llevó más ropa.

El balneario estaba a solo 20 minutos en coche. Cuando Isabella llegó, se quedó impresionada: el lugar era precioso. Los edificios, de un gris claro, resplandecían bajo la luz del sol. Las amplias ventanas permitían que la claridad inundara cada rincón, mientras los jardines, perfectamente cuidados, añadían un toque de naturaleza exuberante. Fuentes de agua cristalina serpenteaban entre las construcciones, creando un ambiente de serenidad y lujo discreto. Todo el lugar era una combinación perfecta de modernidad y tranquilidad, diseñado para ofrecer un refugio de paz y placer.

Cuando llegaron, Alberto le presentó al director del balneario. Le explicó que su banco había financiado parte de la construcción de ese lugar y comentó que, en la sociedad capitalista actual, cualquier proyecto podía realizarse si se contaba con buenos inversores dispuestos a aportar dinero.

Antes de relajarse, Isabella tenía un asunto pendiente que hablar con Alberto:

—Estás siendo muy amable, Alberto, pero antes de seguir me gustaría saber qué te explicó Filippo sobre mí —dijo Isabella.

—Tu novio me pidió que me encargara de ti en todos los aspectos necesarios, pero solo si tú querías —respondió Alberto.

—¿Y te dijo que era...? —preguntó Isabella, sin atreverse a terminar la frase.

—Sí, lo sé. Eres ninfómana, y no veo nada malo en eso. No te juzgaré. Estoy aquí para que disfrutes, para complacerte en todo lo que quieras —dijo Alberto.

Isabella estaba muy contenta porque, incluso, Alberto reconocía que Filippo era su novio. Decidió seguirle la corriente y dejarse complacer por él.

Cuando llegaron a la habitación, Alberto le propuso un juego erótico. Le dijo que, antes de la cena de gala, debía relajarse, pero después podría darle aún más placer si ella lo deseaba. Isabella, intrigada, quiso saber qué tenía en mente. Alberto le explicó que, aunque el balneario era convencional, las masajistas eran hermosas y se adaptaban a las peticiones de los clientes. Por eso, le propuso llamar a su habitación a una masajista joven y atractiva.

El plan era sencillo: Isabella, completamente desnuda, se relajaría mientras recibía el masaje, y Alberto la observaría. La idea era que, cuando la masajista se fuera, Isabella, consciente de que Alberto la había estado mirando todo el tiempo con deseo, disfrutaría aún más del sexo.

Al final, Alberto tenía toda la razón. Isabella disfrutó de un masaje profundamente relajante que le proporcionó paz interior, pero era muy consciente de la situación: su amante la estaba contemplando mientras una hermosa mujer deslizaba sus manos por su piel desnuda. Cuando la masajista se marchó y Isabella vio la intensidad con la que Alberto la deseaba, se encendió de tal manera que, durante el sexo salvaje que siguió, alcanzó varios orgasmos, todos profundamente placenteros.

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