XXVI

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Si alguien me preguntara cuántas veces había llorado en estos meses, no sabría qué responder. Perdí la cuenta hace mucho. Sentía un deseo desesperado de escapar de este lugar, de correr y esconderme, de llorar hasta quedarme sin aliento mientras alguien me decía que todo iba a estar bien, que esto era solo un mal sueño, una pesadilla que pronto terminaría. Pero la realidad era diferente. Esta pesadilla no tenía fin. Cada día parecía peor que el anterior, como si estuviera atrapado en un ciclo interminable de angustia y miedo.

Mis manos temblaban mientras jugaban entre sí. Escuchaba las palabras de mi padre, pero no quería hacerlo. Quería gritarle que se callara, que se detuviera, que nos dejara en paz. Quería decirle que ya no sentía nada por él, que todo el cariño que alguna vez le tuve se había transformado en miedo y ansiedad. Cada vez que estaba cerca, todo en mí se tensaba, como si mi cuerpo anticipara el peligro.

-Es sencillo -su voz retumbó en mi cabeza, irritante, como un eco que no podía ignorar-. Si quieres que tu papá no salga afectado en todo esto, solo tienes que decirle que quieres vivir conmigo.

Mis uñas se clavaron en la palma de mi mano derecha. No es justo, pensé, sintiendo cómo la desesperación crecía dentro de mí. ¿Por qué ahora quería pasar tiempo conmigo? ¿Por qué, después de tantos años de indiferencia, quería mi custodia ahora? Recordaba claramente cómo, justo después del divorcio, le había dicho a papá Checo que no me quería en su vida.

-Y te lo prometo -continuó con ese tono frío y manipulador que tanto odiaba-, Sergio y su noviecito no van a sufrir en ningún sentido. Solo tienes que decidir entre aceptar venir conmigo, sin quejas y sin problemas, o provocar un gran caos para todos los que te rodean.

Sus palabras me atravesaron como un puñal. Me sentí ahogado, atrapado en un dilema imposible. ¿Cómo podía tomar una decisión así? ¿Cómo podía elegir entre mi vida y la felicidad de los demás? ¿Cómo podía soportar cargar con la culpa de "arruinar" la vida de las personas que más amaba?

Las palabras de mi padre quedaron suspendidas en el aire como una amenaza constante, una que sabía que no podía ignorar. Mis uñas seguían clavándose en la palma de mi mano, pero el dolor físico no lograba distraerme del torbellino de pensamientos en mi cabeza. No tenía escapatoria. Si lo desafiaba, si me negaba, las consecuencias no serían solo para mí. Lo había dejado muy claro: mi papá, Max... todos pagarían el precio.

-¿Y bien, Yuki? -su voz se volvió a resonar, calmada pero cargada de una autoridad que no podía ignorar. Sabía que no le gustaba que tardara en responder, que interpretaría mi silencio como una falta de respeto, y lo último que quería era que se enojara más.

Tragué saliva, sintiendo cómo mi pecho se apretaba. Mis labios temblaron un poco antes de articular palabra.

-Yo... yo haré lo que tú quieras, papá.

Mis palabras salieron como un murmullo apenas audible, pero vi cómo una sonrisa se dibujaba en su rostro. Era la misma sonrisa que me aterrorizaba, la que me hacía sentir como si estuviera atrapado en una jaula de la que nunca podría salir.

-Sabía que tomarías la decisión correcta, hijo. -Su tono ahora era casi amable, pero no podía confiar en él. Nunca supe qué esperar de mi padre.

Me quedé quieto, mirando fijamente mis manos mientras él encendía el auto. Cada músculo de mi cuerpo estaba tenso, como si me estuviera preparando para un golpe que nunca llegaba pero que siempre temía.

-Esto será lo mejor para todos, Yuki -dijo mientras conducía. Su voz sonaba tan segura, tan convencida, que por un momento quise creerle. Quise pensar que quizás tenía razón, que si hacía lo que él decía, todo sería más fácil. Pero en el fondo sabía que no era verdad.

¡Yuki!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora