Conviviendo Con Ellos

confianza perdida

Estaba en mi nueva habitación, acomodando lo poco que tenía. La habitación de los proxies no era tan diferente a la que había tenido antes. Hoodie me había comentado que ellos permanecían allí muy poco, ya que debían salir a cumplir las misiones que les asignaba Slenderman. Me senté en la cama y me quedé mirando fijamente a una araña que corría por la habitación, buscando una salida.

—Sé lo que se siente... —susurré, acercándome lentamente mientras estiraba mi mano. La araña subió por mis dedos, pero en cuanto se acomodó, sentí una punzada. Me había picado.

La solté bruscamente y la aplasté con fuerza contra el suelo.

—Solo un monstruo traiciona la confianza de quien intenta ayudarlo —murmuré.

Me quedé mirando mi mano. Con suerte, no era venenosa.

—Bonito lugar... —Jeff entró en la habitación sin previo aviso y se recostó en mi cama como si fuera la suya.

—Me molesta un poco que tengamos menos privacidad —añadió.

Me quedé en silencio, observando cada uno de sus movimientos.

—Tu sangre, tan dulce... me llama como la carne a los buitres —sonrió, mostrando aún más sus dientes afilados—, y un buitre no se calma hasta probar ese bocado.

Se levantó y posó su mano en mi mejilla.

—Nos vemos luego, bocadillo.

Salió de la habitación, silbando alegremente.

Era un día hermoso, o al menos eso parecía sobre los árboles. Llevaba días sin ver con claridad el sol. Entrecerró los ojos y se quedó unos segundos mirando.

—No te van a atacar.

—¿Eh... qué? —Mónica salió de sus pensamientos y fijó la mirada en Masky.

—Las hojas —señaló hacia donde ella miraba antes—. No te van a atacar, deja de acosarlas con la mirada —añadió.

Hoodie llegó con unas hojas y las repartió entre los tres.

—¿Por qué Toby no vino? —preguntó Mónica, mirando las hojas.

—El Operador le encomendó otro trabajo —restó importancia el chico de capucha amarilla—. Muy bien, Hoodie al este, Mónica al sur y yo al oeste. Nos reuniremos aquí en media hora.

Masky dio las últimas indicaciones antes de que tomaran caminos separados.

El trabajo era sencillo. A Slenderman le gustaba dejar sus notas en los árboles para alejar a los curiosos. Y tenía derecho a matar a quien las tomara o se adentrara demasiado en el bosque. Usando una puntilla y una roca, colocó su última nota. Ahora debía volver con los chicos. Debía admitir que se sentía más segura con ellos.

Caminó sin prisa hasta el lugar de encuentro.

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El crujido de las hojas secas bajo sus botas acompañaba el tranquilo recorrido de Mónica por el bosque. El aire olía a pino, y el sol, filtrándose entre las ramas, dibujaba sombras irregulares en el suelo. Caminaba junto a Masky y Hoodie, sus compañeros de trabajo, cuando, de repente, el suelo cedió bajo su pie. Un chasquido metálico resonó en el aire, seguido de un grito ahogado de dolor.

Mónica cayó de rodillas, con el rostro torcido en una mueca de angustia. Su pierna estaba atrapada en una trampa para osos. La presión del hierro le cortaba la piel, y la adrenalina nublaba su mente.

—¡Ayúdenme! —suplicó, con la voz temblorosa.

Hoodie y Masky se acercaron de inmediato, sus rostros pálidos al ver la trampa oxidada. Justo cuando se inclinaban para ayudarla, un sonido profundo resonó entre los árboles. Un gruñido.

Los tres se quedaron inmóviles.

—¿Eso fue…? —murmuró Hoodie, con la mirada clavada en la dirección de la que provenía el sonido.

Otro gruñido, más cercano esta vez. El crujido de ramas pesadas confirmaba lo que  temían. -Es un oso - terminó la frase Masky.

Se miraron, y en un instante, sin decir una palabra, retrocedieron.

—No… no pueden dejarme aquí —susurró Mónica, sintiendo el pánico treparle por la garganta.

Pero ellos le dedicaron una última mirada que pareció más de pena que culpa. Sin mirar atrás caminaron lejos de ella

Mónica los vio desaparecer entre los árboles mientras su respiración se volvía errática. Seguía atrapada. Y ahora, estaba sola. La presión la hizo desmayar.