Capítulo XXXIX

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Jang-Seo bajó la cabeza y apoyó los codos sobre la mesa. No tenía idea de lo que estaba sintiendo en ese momento, amaba a Bong-Cha en verdad, pero no podía, simplemente no podía dejarla entrar por completo en su vida. Quedaría aterrada si se llegaba a enterar de todas las atrocidades que había cometido, y sin duda se alejaría de él. Y eso era como una estaca que se le clavaban en el pecho.

—Eres un monstruo —se dijo a sí mismo.

Lágrimas brotaron de sus ojos, dejando un rastro salado en sus mejillas. Se dejó caer pesadamente al suelo. Su cuerpo estaba tan débil, sus piernas temblando y sus manos con escalofríos. El cabello le calló sobre la cara.

—¿Por qué? ¿Por qué? Soy una maldita aberración... soy un monstruo... perdóname por favor, Bong-Cha, perdóname... perdóname...

El joven Capitán cruzó sus brazos enfrente y se encogió de hombros. Estaba tan destrozado por dentro que ni siquiera sabía si tendría la fuerza para seguir. Pensó que ese momento no llegaría, que su amor por ella sería solo un secreto más. ¿Debería habérselo dicho? No sabía ni que pensar, en su cabeza solo estaba la hermosa imagen de Bong-Cha. Deseaba infinitamente estar con ella para siempre, pero tarde o temprano sabría quién era él en realidad y lo rechazaría. Tan confundido en esos momentos, no sabía cómo comportarse o que pensar al respecto. Estaba tan sumido en su lamento que no escuchó los pasos de alguien que se acercaba.

—¿Primo? —dijo Yeong-Seok con preocupación en sus palabras.

—Vete —a Jang-Seo le tembló la voz.

—¿Qué pasa, primo? Por favor, dime algo —el otro se acercó y le tocó el hombro.

Jang-Seo se apartó de golpe y evitó mirarlo, no quería que su primo lo viera en ese estado.

—Largo de aquí, Yeong-Seok.

—Primo, por favor, solo dime que pasa.

—¡Que te vayas! —gritó Jang-Seo —¡Lárgate! ¡Ya!

Esta vez, Yeong-Seok pudo ver la desesperación y el dolor en los ojos de Jang-Seo. Estaba destrozado por dentro. A Yeong-Seok lo inundó un enorme vacío, eran tan cercanos y le dolía mucho verlo así. La última vez que lo había visto en ese estado, había sido después de la muerte de su hermana. Sin más opción, se levantó y caminó hacia la puerta para retirarse, no sin antes mirar una última vez a su primo. Luego regresó por donde había venido.

. . .

Zelda golpeó algunas veces en la puerta de Bong-Cha, pues estaba cerrada con seguro.

—Ya llegamos, estamos en Ravnensland —dijo.

A los pocos segundos, Bong-Cha abrió la puerta para encontrarse con su amiga. Se veía realmente decaída, su cabello revuelto y sus ojos hinchados.

—Hey, ¿estás bien? ¿Qué te pasó? —preguntó la rubia impactada.

—Nada, estoy bien. Terminemos con esto de una vez —la pelinegra respondió demasiado seria, incluso para ella misma.

Zelda no supo que decir ante su actitud, así que se limitó a siguir a Bong-Cha hasta que bajaron del barco en las claras arenas del Reino de los Cuervos. Notó como la pelinegra pasaba junto a Jang-Seo sin siquiera mirarlo. Por su parte, él su llevó su mirada a la chica, una mirada llena de nostalgia. En ese momento, Zelda supo que algo no estaba bien entre ellos.

—¿Viste eso? —escuchó murmurar a Hinata a su lado.

—Si... —suspiró la rubia.

—¿Ya viste en qué estado están ambos? Parece como si acabaran de salir de la guerra más atroz y sangrienta de todos los mares —la voz de Hinata era baja pero angustiada.

Mar ArcanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora