40. romanticismo parisino

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JULIETA

Tenía algo escrito que, por la arroba que llevaba, parecía ser un nombre de usuario de alguna red social; seguro Instagram. Estaba escrito con una letra bastante prolija y femenina, y el nombre que figuraba también era el nombre de una mujer.

Tragué saliva e intenté calmarme y ser sensata antes de pensar lo peor.

—¿Y esto? —pregunté, con la voz más neutra que pude, aunque no sabía si lo había logrado del todo.

Guido giró la cabeza y, cuando vio lo que tenía, le puso pausa a la película y se quedó mirando el papel. Su expresión cambió apenas un segundo, como si evaluara qué decir.

—Ah, mirá, me lo habré olvidado en el bolsillo... —soltó una risa media nerviosa y se pasó la mano por la nuca—. Me lo dio una mina hoy a la mañana.

Lo miré, como si estuviera intentando leer entre líneas cada una de sus palabras.

—¿Una mina? —pregunté, manteniendo la voz firme, pero con un dejo de incredulidad.

—¿Viste la rubia del grupo ese de chicas que me pidieron las fotos? Bueno, ella. Me pidió si la podía seguir en Instagram, le dije que no tenía el celu y me lo anotó en esa servilleta.

—Y te la guardaste. —Mis palabras salieron más secas de lo que esperaba.

Guido bufó levemente, ladeando la cabeza.

—Y... no la iba a tirar en su cara, Juli.

—No, obvio. Pero directamente no la tiraste en ningún lado.

—¿Estás celosa? —Lo dijo con un tono burlón, pero sus ojos me analizaban, como midiendo hasta dónde podía llevar la broma.

Me reí sin humor, sacudiendo la cabeza.

—Ah, claro, vos te guardás el Instagram de una mina para seguirla después, ¿y no puedo estar celosa?

—Pero no es nada, Juli... vení, acostate conmigo —dijo, dándole unas palmadas ligeras a la cama.

Subí a la cama y me limité a sentarme a su lado, mientras lo miraba con un poco de decepción.

Guido, que seguía acostado como si no le diera mucha importancia al asunto, me agarró una mano y empezó a hacerme caricias suaves. Ese tacto que siempre lograba enternecerme ahora se sentía algo diferente, como si fuera una disculpa.

Me sacó el papel de la mano y lo rompió en varios pedazos, dejando cada retazo tirado en un tacho de basura chiquito que teníamos al lado de la cama.

—Ya está, desapareció —dijo, levantando un poco las manos para desligarse del tema y defenderse.

Yo seguía sin emitir ni una sola palabra.

—Mirame, amor —estiró un poco el brazo que antes estaba acariciándome para agarrarme del mentón y hacer que lo mirara a los ojos—. ¿Pensás que me voy a poner a pelotudear con una mina, estando acá con vos?

Sus palabras sonaron sinceras, y quise creerle. Me acosté en su pecho y sentí cómo me abrazaba fuerte por la cintura.

—Perdón... —murmuré.

—Perdoname a mí.

Y así nos quedamos, en silencio por el resto de la noche. Guido volvió a poner la película, pero yo ya no le prestaba atención por estar perdida en mis pensamientos.

GANAS DE VERTE | guido sardelli - airbagDonde viven las historias. Descúbrelo ahora