24. ojo de la tormenta

742 50 14
                                    

--------------------------
GUIDO

Habían pasado dos días más: dos días más de estrés, de preocupación, de desesperación. Aquel plan del señuelo que había propuesto había sido arriesgado, pero parecía haber funcionado. No podía dejar de pensar en Julieta. A medida que los minutos pasaban, la angustia me consumía. ¿Estaría viva? ¿Seguiría ahí, en esa casa de mierda, con esos hijos de puta?

Mar me miraba de reojo mientras caminábamos hacia el patrullero, estacionado a una cuadra. Nos habíamos mantenido al margen, lejos de la zona donde iba a suceder todo, como nos habían indicado los policías, pero sabía que todo dependía de ese momento. Si las cosas salían bien, Julieta estaría a salvo. Si no, bueno... prefería no pensar en eso, me daban náuseas de solo pensar un mal final.

A lo lejos, vi el movimiento de los uniformados entrando a la casa de Alejandro. Mi corazón se aceleró. Había estado ahí adentro un par de veces, conociendo el lugar como la palma de mi mano. Pero nunca, jamás, me imaginé que terminaría de esta forma. Con la policía rodeando la casa y con Julieta atrapada adentro. Mi bronca crecía a medida que la imagen de su rostro se repetía en mi cabeza. Solo esperaba que estuviera bien. Bah, no bien, sino viva. Era obvio que no iba a estar bien, después de haber estado tanto tiempo encerrada en esa casa.

Mar me tocó el brazo, sacándome de mis pensamientos.

- Tranquilo, Guido. - Dijo con la voz calmada, pero sabiendo que las palabras no alcanzaban.

Admiraba la fuerza que ella tenía. Había perdido a su mejor amiga hace un tiempo y, sin embargo, era la más calmada de los dos. No se dejó derrotar en ningún momento. Se me hacía dificil entender como podía mantener la paz mental tan facilmente, parecía estar convencida de que Juli iba a aparecer y todo iba a terminar.

- Estoy tranquilo, Mar. - Respondí, sin mirarla, sin poder dejar de mirar la casa de Alejandro. Todo lo que quería era que esa pesadilla terminara, que Julieta saliera de ahí. De una vez por todas.

Pasaron los minutos, y a pesar de que la policía había irrumpido en la casa, el silencio era espeso. Mi impaciencia me comía por dentro. Mar lo notaba, lo sabía, pero no decía nada. Siempre callada, observando, esperando. Ella era la que mantenía la tranquilidad entre nosotros dos, algo que yo ya no podía hacer. Ya no recordaba lo que era sentirse calmado.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, empecé a ver a los oficiales salir de la casa. La puerta se abrió, y uno de los policías empujó a Fernando hacia el patrullero. Miré con atención, buscando la figura de Julieta, pero no la vi. Mi corazón latía con fuerza. ¿Estaba bien? ¿Estaba consciente de lo que pasaba?

No fue hasta que vi a Alejandro, cabizbajo y escoltado por un par de agentes, que algo en mí se liberó, aunque mi rabia crecía aún más. Ese tipo no iba a salir impune. Quería ir hasta él, pegarle, arrancarle las palabras de la boca. Pero lo que vino después me hizo detenerme en seco.

Luca salió de la casa, con la cabeza gacha, mirando al piso como si intentara esconderse de todo lo que había hecho. Me quedé congelado, mirando esa figura, esa mierda humana que había sido mi amigo, mi compañero de toda la vida, y ahora lo veía allí, esposado y detenido por la policía por ser cómplice de algo inhumanamente asqueroso y repugnante. Los otros dos me daban el mismo asco, pero lo de Luca me dolió más porque era mi amigo, sabía lo preocupado que yo estaba por Juli y ni siquiera eso le importó. No lo podía creer. ¿Cómo había llegado a esto?

De repente, la furia me nubló completamente. Me olvidé de todo, incluso de Mar. Vi a Luca y solo podía pensar en una cosa: hacerle pagar por todo. Por todo lo que había hecho. No me importaba la policía, ni Mar, ni las consecuencias. Solo quería desquitarme.

- ¡Luca! - Grité con toda la fuerza de mis pulmones, dando un paso hacia él. Mis puños se apretaban. No podía controlarlo.

Mar, que había estado a mi lado todo ese tiempo, reaccionó rápido. En un movimiento casi instintivo, me agarró del brazo con tal fuerza que me hizo detenerme en seco.

- ¡GUIDO, NO! Yo también lo quiero matar a ese hijo de puta, pero te vas a comer un quilombo vos. - Su voz era imponente y firme, como siempre. De alguna forma, lograba calmar un poco la tormenta dentro mío con esas palabras, pero no era suficiente.

Me giré para mirarla, confundido, con la ira todavía hirviendo en mis venas.

- ¡No te metas, Marina! - grité, intentando zafarme de su agarre. Pero ella me miraba a los ojos con tanta firmeza que me hizo dudar. Mar sabía lo que hacía. Ella siempre sabía qué hacer en estos momentos y como actuar ante la bronca para no explotar. Yo no podía pensar en nada más que en Luca.

- ¡HIJO DE MIL PUTA, TE VOY A MATAR! - Le grité a Luca, con la garganta rota. No me importaba si lo que hacía estaba mal. Solo quería cagarlo a trompadas.

Mar me miró en silencio por unos segundos que parecieron horas, hasta que, finalmente, su expresión cambió. Sus ojos se suavizaron, y me habló como si me conociera mejor que nadie.

- ¡No vale la pena, Guido!. ¡Pensá en Julieta!. - Su tono fue suave, pero las palabras fueron como un golpe en el estómago. La idea de que ella tuviera razón me dolía más que cualquier otra cosa.

Vi a Luca, de pie frente a la policía, caminando hacia el patrullero como un perro derrotado. Esa mirada de culpabilidad en su rostro me quemaba por dentro, pero Mar tenía razón.

Respiré hondo y cerré los ojos, dejando que el dolor se calmara un poco. Pero no lo suficiente. Pero yo no podía dejar de pensar en Julieta.

Mar me miró, su expresión mostrando una comprensión que yo no podía aceptar en ese momento, pero que de alguna manera entendía.

Yo no pude controlar mi bronca, esa que por tanto tiempo había contenido, sin saber cual era la verdad detras de la desaparición de Julieta. Con un movimiento brusco, me solté de Mar y corrí hacia Luca ni bien noté que los policías aflojaron un poco la vigilia. Lo agarré del cuello de la remera y le di la primera piña.

- ¡HIJO DE PUTA! - lo tiré al piso y me puse encima suyo para seguir pegándole. - ¡ERA MI AMIGA!, ¡SABIAS TODO Y TE HICISTE EL PELOTUDO!

Las esposas detrás de su espalda lo mantenían completamente indefenso, sin pensarlo le pegué de vuelta, esta vez en la mandíbula, con una bronca que no podía controlar.

- ¡¿VOS TAMBIEN LA TOCASTE, EH?!, ¡¿VOS TAMBIEN, SORETE?! DECIME, LA PUTA QUE TE PARIÓ.

Lo zarandeé por la remera, levantándolo un poco antes de volver a estamparlo contra el piso. La sangre le chorreaba por la nariz y la boca, y yo sentía mis nudillos húmedos y pegajosos. No me importaba ni estarme lastimando a mi también con los golpes.

Sentí un tirón por la espalda; eran dos policías agarrándome para que dejara de pegarle a Luca, lo cual no figuraba en mis planes en ese momento. Sentía la ira a flor de piel, tenía la necesidad de matarlo. Recordaba la confianza que le tenía y los momentos que había pasado con el desde que eramos chicos y me ponía un poco triste, pero esa misma tristeza se esfumaba al recordar todas las veces que se había hecho el boludo con respecto a Julieta; como me metía ideas negativas sobre ella, como evitaba el tema, y lo que más me hervía la sangre: pensar en que seguro habia abusado de ella.

Decidí ceder ante la fuerza de los policías e intenté tranquilizarme, recuperando el aire.

Mientras estuve pegandole a Luca, Mar se había ido, la vi de reojo entrando a la casa con un oficial, no sabía para qué, pero sentía que debía seguirla.

GANAS DE VERTE | guido sardelli - airbagDonde viven las historias. Descúbrelo ahora