50 - El beso

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Carlota pulsó el botón de parada en el autobús número 27

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Carlota pulsó el botón de parada en el autobús número 27. Cuando este frenó y abrió sus puertas, ella bajó. Adrián la siguió con un salto mientras intentaba quitar los ojos del cuerpo de Carlota. A pie de calle, se desarrollaba el habitual vaivén de la gente en Cibeles: turistas fotografiándose con la fuente, personas en la terraza del antiguo edificio de Correos y mareas de gente que bajaban por Gran Vía.

Sin pensarlo, Carlota cogió de la mano a Adrián. A pesar del frío, su tacto era cálido.

Él sonrió con la mirada inquisitiva. Ella le devolvió la sonrisa. Algo había cambiado entre ellos. Desde que Lucas había intentado volver con ella, desde que se había disculpado con Carlota, ella había terminado de pasar esa página de su vida. Estaba preparada para Adrián.

—¿A dónde me llevas? —preguntó Adrián mientras se paraban en el cruce de la plaza.

—Al Círculo de Bellas Artes. ¿Has estado alguna vez?

Adrián negó con la cabeza y comenzó a acercarse a Carlota. Iba directo a su rostro. Ella, sorprendida, se quedó muy quieta. ¿Qué iba a hacer? Cuando sus rostros estaban a unos centímetros, Adrián desvió su trayectoria y se acercó a su oreja.

—Seguro que es bonito. Aunque... teniéndote a ti como competencia...

—¿Competencia?

—De mi atención. Es difícil que me fije en algo más, ¿sabes?

Ella abrió la boca sin saber qué decir.

—Ya. Lo sabes. No digas nada... —dijo él con tono burlón.

Carlota le miró divertida. Adrián estaba mucho más abierto y directo desde la fiesta de Kaya. Sabía que habían hablado y sospechaba que Kaya, que no hacía nada más que insistir en que debían estar juntos, le había puesto las pilas.

El semáforo sonó.

—Salvada por la campana. Vamos —dijo ella, cogiéndole del brazo.

Tardaron menos de cinco minutos en recorrer la distancia hasta el Círculo de Bellas Artes. Pagaron el ticket y subieron por el gran ascensor hasta la azotea, donde el revisor les pidió las entradas.

—Guau... Mola —se limitó a decir Adrián.

Carlota sonrió. Sabía que le iba a gustar. Aquel lugar siempre generaba esa reacción. Era una terraza con unas vistas excepcionales de Madrid: por el flanco izquierdo se veía el edificio Metrópolis y la Gran Vía. Por el derecho, El Prado y El Retiro. La terraza era amplia y con distintos niveles. Casi siempre había una exposición de pintura o fotografía de los estudiantes de Bellas Artes.

En el medio de la terraza se alzaba la estatua de la diosa Minerva. Adrián se acercó a sus pies.

—Tenías razón. Es un sitio precioso, Carlota —dijo Adrián, apoyándose en la barra que daba a Gran Vía.

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⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

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