Capítulo 11

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El despertador suena, es el día. Tomo una ducha de agua hirviendo, es el único día del año que lo hago. Luego, cojo mi traje negro del armario. Al ponerme la camisa recuerdo que tengo que ponerme los gemelos de plata de papá y la cadena de oro que mamá siempre llevaba. Por último, me anudo la corbata. 

En la cocina tomo café con hielo para desayunar. Alguien llama a la puerta. ¿Quién coño viene a esta hora? Me dirijo a la entrada y abro.

-Kate, es temprano, ¿qué haces aquí?

Sus mejillas enrojecen y oculta sus ojos bajo las gafas. ¿Qué le pasa?

-Solo vine a traerte esta rosa blanca para tus padres.

-No tenías por qué.

-Te dieron la vida, eso ya es suficiente.

Me congela. ¿Qué me estás haciendo, luna? Beso su frente. Hoy no es un buen día pero su visita inesperada lo ha mejorado un poco.

***

Agradezco que el vuelo haya durado solo una hora, prefiero tocar el suelo. Cojo un taxi desde el aeropuerto hasta el cementerio. Podría ir con los ojos cerrados que no me perdería en este laberinto de cadáveres bajo tierra. Me paro frente a la lápida. 

AQUÍ DESCANSAN:

HANS Y SERENA JUPITER

17 DE SEPTIEMBRE DE 2008

Me derrumbo inmediatamente. Caigo de rodillas sobre el césped húmedo y las lágrimas no tardan en rodar por mi rostro. ¿¡Por qué Dios fue tan cruel conmigo!? ¿¡Por qué me los arrebató!? Sollozo y golpeo el suelo. Recuerdo como mamá me acunaba entre sus brazos hasta que me dejaba dormir y como salía a pescar con papá. ¡Los echo tanto de menos!

Me gustaría compartir un poco el dolor de un día como este, aunque solo me tenga a mi mismo. Hoy es el día en el que cada gesto, cada paso, incluso, cada bocanada de aire, duele. El mundo los necesita aquí, yo los necesito aquí, conmigo, deteniendo este mar de lágrimas en el que me ahogo todos los putos años, lágrimas que me guardo durante 364 días y las suelto aquí, donde nadie me ve, donde nadie puede oírme. Le susurro al viento que me muero sin ellos, que la vida dejó de tener sentido. Quiero gritarle al cielo que te devuelva a la vida, mamá, que te devuelva a mi vida. Y es que aún puedo sentir su caricia en mi rostro todas las noches, antes de que el sueño me arrastre y que la fantasía me ponga unas alas que no merezco, unas alas de plumas oscuras con las que me niego a volar, papá, no puedo volar sabiendo que si caigo no encontraré tu mano cálida para recogerme. ¿Cómo pretendes, Dios, que vuele con alas de papel?, sí ambos sabemos que odio las alturas, los ascensores, las colchonetas y las norias, porque me hacen sentir más cerca del fracaso, mas cerca de unas manos que no me pueden tocar, de unos brazos que no me pueden sostener, de unas personas que no puedo ver. Sé, sé que ahora vivís en una eternidad continua, que se alarga hasta alcanzar el infinito, y nos os dais cuenta de que eternos, sois vosotros, que siempre estáis en mi. Una última cosa, mamá, papá... os quiero. 

El delirio de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora