Ochenta y cinco. Lanx Borealis

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Ariana sintió que estaba metida dentro de un sueño. Un maravilloso sueño. Miles de mariposas revolotearon en su estómago. Pero antes de que pudiera corresponder, Nathan se separó de ella y siguió actuando como si nada. ¿Qué había sido eso? Lo había sentido... había sentido que ese beso transmitía un sentimiento real. Sin embargo, tan rápido como comenzó, terminó. Y Nathan había salido de escena. Ahora se encontraba frente a Daisy, quien hacía de ama. Los azules ojos de ella brillaban con una especie de sentimiento que Ariana no fue capaz de reconocer.

-Se llama Romeo y es de los Montescos, único heredero de esta perversa alcurnia.

Ariana espabiló. Se recordó a sí misma que aún seguía sobre el escenario, y siguio actuando.

-¡Amor nacido del odio, muy pronto te he visto, sin conocerte! ¡Demasiado tarde te he conocido! Quiere mi mala ventura que dedique mi amor al único hombre a quien debo odiar.

-¿Qué dices? -dijo Daisy, alzando una ceja.

-Unos versos que me recitó uno de esos mozalbetes cuando bailaba.

Daisy se deslizó agilmente al lado de Ariana, quien sintió que algo malo estaba por pasar. Sin embargo, no desconfió. Daisy no la había molestado en días. No le haría nada. Daisy no le haría nada.

Gran error.

-Te llaman. Enseguida va. Que ya se han marchado todos los invitados.

Entonces Ariana sintió algo extraño en su espalda, y después de ésto el sonido de algo desgarrándose. Un recuerdo pasó por su mente. Megan había sido encargada del vestuario junto otros estudiantes. ¡Megan!

Daisy había jalado un hilo que sobresalía de la cintura del vestido, y al jalarlo... el vestido se deshizo. Frente a todos. Y mientras el coro narraba, Ariana se dio cuenta de lo que sucedía. Estaba en ropa interior frente a todos.


El deseo a una estrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora