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Sophie y Jess sabían que algo estaba mal desde el momento que entraron al vestíbulo del edificio en el que Jesse vivía. Probablemente se debía a la música a todo volumen que sonaba en alguno de los departamentos, los automóviles estacionados en la acera de enfrente y los gritos de alegría a lo lejos.
—Jess, tengo la corazonada de que esto es malo —murmuró Sophie cuando subieron al ascensor y el chico marcó el piso número diez.
—Entonces ya somos dos, Solecito —admitió él y rodeó los hombros de la castaña con uno de sus brazos.
— ¿Tú crees que...? —se interrumpió a sí misma ante el pensamiento, pero Jess sabía exactamente a lo que se refería.
—Me gustaría poder decir que no... Pero es muy posible. Conocemos a Jules, Sophie —le recordó y ella asintió.
—Creo que no vamos a poder dormir aún —se lamentó y el castaño rio levemente antes de que el ascensor se detuviera en su piso y las puertas se abrieran.
Julian Teller, siendo el hombre tan predecible que era, había decidido hacer una fiesta. Una fiesta en un departamento ajeno, además.
No les sorprendió encontrar la puerta del hogar de Jesse abierta; ni que la música fuera increíblemente ensordecedora; ni que algunas luces neón se reflejaran dentro de la habitación; o que hubiera un par de personas en el pasillo besándose como si el fin del mundo fuera al día siguiente.
De alguna manera, ellos sabían que eso sucedería. Simplemente querían poder estar equivocados.
Caminando lentamente llegaron a la puerta del apartamento y se quedaron congelados en el marco de la misma. La jodida habitación parecía un club nocturno.
— ¡JULES! —gritó por fin Jesse después de un par de minutos admirando la escena. Fue toda una coincidencia que el irlandés estuviera cerca de la entrada cuando Jess gritó, de otra manera jamás hubiera sido escuchado.
— ¡Sophie, Jesse! ¡Qué bien que ya están aquí! ¡Sorpresa! —exclamó contento e ignorando las miradas de desagrado que ellos le lanzaron, los abrazó a ambos.
—Julian; ¿qué carajos hiciste? —se quejó el cumpleañero, regresándole de mala gana el abrazo.
—Una fiesta, ¿acaso no es obvio? —ironizó y deshizo el abrazo repentinamente—. ¡Feliz cumpleaños, Jess! —gritó y la multitud celebró incluso aún más fuerte.
—Amigo, realmente te agradezco que te hayas tomado la molestia de organizar una fiesta sorpresa para mí, pero yo no deseaba tener una... mucho menos en mi apartamento y con tantas personas que no conozco en absoluto —se encogió de hombros apenado y Sophie imitó su acción—. Por favor, Jules. ¿Podrías sacar a todos de mi amada casa de una vez? —y el irlandés, lejos de lucir molesto, tenía una gran sonrisa maliciosa.
—Sabes que podría hacerlo. Pero lamento decirles que no lo haré —antes de que puedan reclamar, continuó—. Jess, acabas de cumplir veintidós años. ¡Veintidós! Esta es la edad en la que tienes que hacer cosas locas y arrepentirte de ellas al día siguiente. No lo pienses, no lo analices, sólo ve a por ello. Si no lo haces... Espera, esto es para ambos —señaló a Soph también—. Si no lo hacen, dentro de veinte años estarán lamentando no haber vivido las locuras suficientes cuando tenían la oportunidad.