9.- Regalo de Navidad.

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El veinticuatro de diciembre por la tarde estaba siendo una locura

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El veinticuatro de diciembre por la tarde estaba siendo una locura.

Caroline y Sophie habían estado cocinando desde que se despertaron; Jesse y Christian se habían puesto a trabajar en la decoración del comedor y el salón, mientras David y Maggie iban al supermercado a comprar algunas cosas que faltaban para la cena.

Y aunque nadie paraba ni un sólo segundo a descansar, todos estaban bastante entusiasmados haciendo sus actividades.

¡Y menudo banquete les esperaba a los Morrison! Lomo a la mostaza, pavo relleno, puré de papas, crema de elote, pasta con salsa verde, pan horneado con especias, tartas de queso, moras y nuez, ponche caliente y un montón de bebidas más.

Soph simplemente no podía creer que se fueran a comer todo eso.

— ¿Alguna vez has visto lo mucho que come Jesse? —le preguntó Caroline después de haberle comentado aquello.

—Sí —dijo la castaña soltando una pequeña risa.

—Pues, cariño, su padre y su hermano comen igual que él —hizo un ademán señalando a la comida—. Se acabará toda la comida, te lo aseguro.

Y la chica le creía. Su amigo comía como si nunca lo hubiera hecho y era bastante posible que los otros hombres de la familia lo hicieran igual.

Debería agregar ese dato a su descripción del «Maleficio de los Morrison»

—Sophie, ya puedes ir a tu habitación a hacer lo que tengas que hacer antes de la cena. Yo me encargo de lo que falta —le dijo Caroline cuando el reloj en la cocina marca las siete y quince de la noche.

— ¿Está segura? —preguntó, no muy convencida de que irse y dejar a la mujer sola fuera buena idea.

— ¡Claro que sí! No te preocupes, sólo faltan algunos pequeños detalles sin importancia, tú ya me ayudaste bastante y te doy las gracias por eso, pero es hora de que vayas a descansar —le regaló una sonrisa y continúo cocinando algo en una sartén.

—Me divertí mucho preparando la cena con usted —habló Sophie contenta.

—Yo igual, cielo —contestó Caroline riendo.

—Mamá, su sobrenombre es «Solecito», no «Cielo». Por favor, no lo cambies —dijo un divertido Jesse que acababa de entrar a la cocina y abrazaba a Soph por los hombros.

—Sigo sin entender por qué la llamas así —murmuró su madre concentrada en la comida.

—Yo tampoco lo entiendo —estuvo de acuerdo la chica y miró a Jesse con ojos inquisitivos—. ¿Sería un problema para ti explicarlo?

—Para nada. Verán, la llamo Solecito porque es cálida, llamativa, y una constante en mi vida desde que la conocí, al igual que el Sol —se encogió de hombros y depositó un beso en la cabeza de Soph—. Así que es mi Solecito.

"Casi" nunca es suficiente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora