7.- Siesta.

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Eran las tres cuarenta y cinco de la madrugada y ellos estaban en el aeropuerto

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Eran las tres cuarenta y cinco de la madrugada y ellos estaban en el aeropuerto. El avión que los llevaría a la ciudad donde viven los padres del chico no partía hasta las cuatro de la madrugada. Ahora sólo estaban esperando a que anunciaran su vuelo, sentados en una cafetería del aeropuerto.

—Jess, tienes que dejar de cantar esa canción —le pidió la chica a su amigo, quien llevaba casi una hora tarareando el coro de una canción que había escuchado en el taxi camino al aeropuerto.

— ¡Lo estoy intentando, Soph! Es que es muy pegajosa —bufó Jess y le dio un trago a su café—. Y además, estoy muy aburrido.

— ¿Lo estás? Yo estoy demasiado ocupada muriendo de frío como para aburrirme —le respondió Sophie, abrazándose a sí misma en busca de calor.

Jesse no lograba comprender por qué hacía tanto frío específicamente en ese lugar. Cuando salió de su casa hace unas horas, ni siquiera se sentía una brisa, pero ahí parecía que estuvieran en un iglú.

— ¿Mi Solecito tiene frío? —rio y se acercó más a ella, rodeándola por los hombros con su brazo y sosteniéndola junto a él. Le resultó bastante fácil, ya que estaban sentados del mismo lado del gabinete—. Debí haberte apoyado a comprar todos esos gorros —rio de nuevo y la chica lo mira incrédula.

Ambos llevaban dos abrigos encima cada uno, bufandas y gorros cubriendo sus cabezas, y sin embargo no parecía suficiente.

— ¡Me estoy congelando por tu culpa! —lo empujó con el hombro suavemente, pero no se apartó. Y a Jess eso le encantaba.

Desde el día en que cocinaron juntos y Sophie tocó el piano para él, se sentía diferente. Si antes le encantaba estar con la castaña, ahora estaba enamorado de la idea de pasar tiempo con ella. Y esos últimos días solamente se separaban por las noches, cuando cada uno tenía que dormir en su propio departamento.

Aún recordaba lo que cruzó por su cabeza cuando la miró tocar el piano. Se sentía en calma, como si ese fuera el lugar donde pertenecía. La miraba fijamente mientras ella tocaba, y amó hacerlo. Sus ojos sólo mostraban determinación, y hacía pequeñas muecas con la nariz cuando tocaba las teclas negras. Sus labios estaban ligeramente separados, y se encontró a si mismo sosteniendo la respiración sin darse cuenta. Y en cuanto Sophie lo descubrió mirándola con cara de idiota, tuvo que improvisar una mentira creíble que la chica aceptó confundida.

Así es como se sentía él.

Confundido.

Todo era confusión para Jess respecto a Sophie.

—No te enojes, te saldrán arrugas —le sonrió abiertamente y ella murmuró algo por debajo, probablemente insultándolo.

— ¿Cuántas horas de viaje dijiste que son? —preguntó Sophie, después de un rato en silencio.

—Tres.

—Detesto viajar en avión —dijo estremeciéndose y empujándose a sí misma contra Jesse. El chico la apretó más y suspiró con una sonrisa.

"Casi" nunca es suficiente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora