Capítulo 17.

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Mamá me decía que no debía hablar con extraños, que eran malos y que vendrían con un dulce en su mano, me reclamaba que fuera en la sombra cuando estuviera sola, para que aquel desconocido nunca me hiciera daño. Pero nunca me explicaron que tus cercanos son los que te muestran filo del cuchillo, quienes se aprovechan de tu oscuridad y buscan la manera en la que caigas, nunca me explicaron que a los que debía que temer era a mis conocidos.

Definitivamente no deseaba una doble cita, de por si ya era malo tener una hormonal Bianca batiendo sus pestañas a un desinteresado Nathan, mientras un interesado Edward me abrazaba con una mano.

—Tiempo sin vernos —Saludó Edward alargando su brazo, mientras Nathan lo tomaba en un duro asentimiento.

—¿A dónde vamos a ir? —dijo Bianca mientras se encargaba del rígido brazo de Nathan —¿Qué les parece el cine?, esperen, esperen, ¡Mejor el parque de diversiones!

—Yo paso — añadiendo mi temor a las alturas, sí, mejor nada de cita doble.

—oh vamos, ¡No he ido desde pequeña!, Isa, vamos, ¿Si?, ¿Por mí? —no, por favor, esa cara no, ella sabe que puede lograr todo simplemente haciéndome esa cara que nunca me ha salido.

—Si es lo que...

—Yo tampoco quiero ir, —interrumpió Nathan —tengo miedo a las alturas —dirigió una mirada hacia mi, le debo una, bueno, bastantes en realidad.

—Por qué no simplemente caminamos un rato, charlamos, y nos conocemos —sugerí

—Eso es tan aburrido, pareces abuelita. Hola siglo XXI, ¿Estás presente en la cabeza de Isa?

—Ja, Ja, Ja —respondí sin humor

—¿Dónde quieres ir? —Susurró Edward en mi dirección, mientras me hacía ojitos, sin poder resistirme sonreírle de vuelta.

Nathan gruñó.

—Algo para comer estaría bien —di un beso en la mejilla de Edward —pero una tarde a solas contigo estaría mejor —susurré la última parte.

—Tortolitos que si nos vamos —gritó Bianca desde el asiento de copiloto.

—¿Acaso es Flash o qué?—río Edward

—Tengo la misma duda, créeme, desde que la conocí.

Adentro en el lujoso auto de Nathan, era normal, tan normal como podía ser mi vida, saliendo con amigos, teniendo citas, bromeando, yendo a comer un helado, quizás dos, eso era lo que hacían todos, ¿No es así?, charlar, reír, vivir. Llegamos a un restaurante italiano a las afueras de la ciudad, el olor a casa y a pan llenaban el lugar alegrando el olfato, pequeñas mesas con manteles cuadrados y en el medio canastas con pan decoraban el espacio, teniendo como música de fondo una suave melodía de cuerdas.

Onorevoli, signori, come cute!, ¿Qué desean comer? —una agradable mujer de contextura ancha de acercó a nuestra mesa, blanca cómo sólo ella y dos puntos rosa naturales en sus pómulos, en su totalidad emanaba ternura—No me vayan a pedir comida chatarra, Per Dio!

—¿Qué nos recomienda? —preguntó Bianca.

—Bello, ya saben algo de pasta nunca hace mal.

—Eso suena bien para nosotros, ¿Verdad?

Todos asentimos y la mujer se marchó no sin antes revolver el cabello de Nathan, y el silencio sepulcral reinó en la mesa, intentos vanos de conversación terminaron enseguida, miradas aburridas se dirigían en todas direcciones y golpes rítmicos en la mesa era el único sonido. Nunca había apreciado tanto una matera, y mucho menos me había interesado.

Hija de la traición. (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora