Capítulo 23

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Érase una vez una princesa,

una princesa que le lloraba a la luna,

una princesa que odiaba el castillo que la encerraba,

una princesa que odiaba su belleza.

Érase una vez una familia real,

una familia que vivía de apariencias,

que sólo dependía de sus riquezas,

una familia miserable, que no tardaba en desmoronarse.

Érase una vez un príncipe,

lejano y valiente, dispuesto a ver al frente,

un príncipe no azul por supuesto, pero con todos los matices de color,

su mayor regalo, el amor, que traía para aquella princesa

para rescatarla de su miserable cuento.


No sé cuanto tiempo duré en los brazos de Nathan absorta de la realidad, hasta que un gruñido a nuestro lado nos hizo reaccionar, los ojos esmeralda de Nathan miraban atentos a un lado, yo gire de mi puesto, lejos del calor de Nathan y veía como los gorilas atacaban a Edward, un segundo más tarde Nathan llegó a su lado blandiendo su espada con tal elegancia que era casi difícil apartar la vista. Pronto llegó mi turno de defenderme, todos los entrenamientos pasados fueron de ayuda, los tres nos mirábamos por momentos para confirmar que estábamos bien. Ya me sentía agotada, y vi como nuestros contrincantes fueron rápidamente disminuyendo en número.

—¿Estás realmente bien? —preguntó Edward mirando el pecho de Nathan.

—Por supuesto todo salió bien, chico eres un genio.

—No mucho realmente, no creía que fuera a funcionar y que terminarías muerto, entonces...

—Estoy vivo, ¿No es así?, eso es lo que importa, nuestro plan realmente funcionó.

Miro a los dos desconcertada, ¿Desde cuándo eran tan amigos?, no parecen los mismo Nathan y Edward de hace unas semanas que se destrozaban con la mirada, pero más importante aún...

—¿Plan?, ¿Cuál plan?

Los dos se miran y cuando voltean a mi, a pesar de su apariencia sucia y descuidada sonríen completamente casi haciéndome querer fotografiarlos en ese instante.

—Todo fue idea de Nathan — inicia Edward —tenía miedo pero él me convenció de hacerlo.

—Y este muchacho de acá fue el que hizo todo realidad.

Los dos ríen como tan amigablemente que me hacen hacer lo mismo, en un instante me acerco y los abrazo a los dos, dos chicos tan diferentes, tan guapos, tan ellos, son lo único que me sostiene ahora.

—No soportaría perder a alguien más, y mucho menos a ustedes no, no quiero ver morir a nadie más.

—Ya todo acabo Isa, no nos vas a perder —el agarre de Nathan se volvió más fuerte.

Edward se separó algo incómodo de nuestro abrazo, y sus ojos azules me miraban tímidos, hasta tristes.

—Yo...emmm... iré a buscar a la señora Porcher, y me llevaré a esté idiota, si no ha muerto por hemorragia. —se acercó a Adam, Nathan pateo levemente el cuerpo y este abrió sus ojos lentamente.

—No creo, hierba mala nunca muere, ¿Te ayudo?

—No, estoy bien. Tú quédate con Isa

Edward salió del lugar con Adam a rastras dejándonos en un silencio a Nathan y a mi.

—Entonces... ¿Ni estás muerto? —pregunto mirando al suelo.

—No, a no ser que sea un fantasma, si lo fuera no podría hacer esto —se acercó a mí y sostuvo mi rostro para ver directamente a sus ojos. —Menos mal no lo estoy, ya que aunque hubiera un paraíso como se especula, sería el infierno al dejarte aquí.

Uno, dos, tres, respira Isa, contesta algo por el amor de Dios.

—Yo, emm, quie...quiero decir —¿Es enserio?, ¡Tartamudeas justo ahora!, con ustedes señores el efecto Nathan.

—Sé que te dejé sin palabras, —ríe acercándose más si es posible —Suelo tener ese efecto en las mujeres.

—¡Tú pequeño egocéntrico!

Los dos nos reímos tan fuerte abrazados en medio de varios cuerpos a nuestro alrededor que parece la escena de una mala comedia de terror, ¡Qué ambiente más romántico quisieras pedir!, cuando terminamos de reír la mirada de Nathan cambia y si el beso de hace unos días fue perfecto este no podría ser menos, es mil veces mejor, sabiendo que todo a acabado, teniendo el cuerpo del otro fuertemente temiendo perderlo, estando seguros que un futuro es incierto, pero en cierta manera mejor.

—Quizás también tienes el poder de besar ¿Sabes?, — lo miro coqueta —sin duda me quedaría así por horas.

—Créeme que también lo haría —da un beso pequeño en mis labios —Pero Edward no demorará en cruzar por esa puerta con tu madre, y aún no quiero enfrentarme con eso de Suegra-yerno

—¡Nathan! —golpeo su brazo —eres un idiota.

—Un idiota al que amas —me da una sonrisa torcida.

—Ya quisieras —sonrío de vuelta y justo en un instante entra Edward con mi madre, aquella mujer siempre lucía tan elegante, perfecta y hermosa ahora se ve demacrada, sucia, incluso con más años, me impresiona verla de esa manera detenidamente.

—No es por echarnos, pero creo que lo mejor sería volver a casa —propone Edward.

—Claro, ¿Y Adam?

—Sané un poco la herida, y créeme lo dejé en un lugar del cual nunca se podrá quejar, literal.

Salimos del lugar, en ocasiones volteó a ver a mi mamá, quién tiembla en brazos de Edward y mira constantemente a todos lados asegurándose que todo está bien, no sé si ha dormido lo suficiente, ni ha sido golpeada o ha comido, estaba tan absorta en mi sufrimiento que no pude el de ella, y el temor que ahora siente. Trato de recordar a mi tía y se me vienen lágrimas a los ojos que rápidamente limpio y pienso en que para mamá fue su hermana, y la única que en ayuda que tuvo, nada debe estar bien, está rota como yo lo estoy, pero juntas apoyándonos mutuamente saldremos de esto.

El camino de regreso se hizo más corto y menos tenso, en cuanto entramos a la casa se sentía tan impersonal, cómo si nunca hubiera aquí, los retratos familiares se ven tan detestables en mi visión que sólo desearía quemar todo, pero ahora sólo ayudo a subir a mi mamá a su recámara y acostarla.

—¿Te vas a quedar? —pregunta Nathan, yo asiento y sale en la habitación.

Mito el rostro de mamá una vez más y por primera vez me veo en ella, aquel lunar en mi mejilla está allí también, la forma de sus ojos aunque no son del mismo color son idénticos a los míos y su rostro tan pálido como se ve ahora sin maquillaje se parece más al color de mi piel.

—Má, ¿Estás bien? —acaricio su rostro, ella sólo da un pequeño asentimiento. —¿Quieres que te deje sola?.

—No, quédate acá —me subo a la cama, acostándome a su lado mientras ella débilmente acaricia mi cabello —Perdóname, pero quiero que sepas lo mucho que te amo Isa.

—Lo sé, también te amo, como a nada.

Sé que tenemos mucho por lo que hablar, mucho que aclarar y conversar pero justo ahora esas pequeñas oraciones son lo único que necesitamos aparte de aferrarnos la una de la otra como nunca lo hicimos.

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Hey, hey.

ahora sí, a partir de ahora sólo quedan dos capítulos, ¡Dios mío!

sólo quiero que los aprecio mucho por el hecho de tomarse el tiempo de leer lo que escribo, y me gustaría saber que opinan del capítulo en los comentarios.

muchas gracias a todos ❤




Hija de la traición. (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora