Miré la hora en mi reloj de muñeca por octava vez. Solo dos minutos más para las 12:00. Comencé a mover la pierna derecha inquieta, mientras fingía estar interesada en el interminable libro de texto que tenía delante. La señorita Irwin se paseaba tranquilamente por la clase observándonos a todos desde unos ojillos inteligentes y calculadores. De vez en cuando se paraba en un pupitre y decía algo como "¡Vaya! Cuánto has avanzado." o "Date más prisa que no tenemos todo el día.". Se comportaba como un profesor de toda la vida se suele comportar, mirando a los alumnos por encima del hombro cuando podía.
Al pasar por mi mesa me puse el pelo delante de la cara y escondí mi rostro tras el libro. Pasó de largo y suspiré aliviada. No quería que viese que no había leído ni una sola página, mejor dicho, ni un solo párrafo. Estaba hecha un manojo de nervios y
por mucho que quisiera, no podría concentrarme ahora.Los murmullos de los estudiantes comenzaban a ponerme enferma. ¿No podían callarse aún que solo fuese durante un minuto? Necesitaba pensar y tratar de relajarme o saltaría de la silla en cualquier momento histérica perdida.
Volví a mirar mi reloj. Ya eran las doce, hora de comenzar el espectáculo. Dejé caer el libro sobre la mesa con un ruido sonoro llamando la atención del aula y me eché hacia atrás mientras respiraba profundamente. Me removí en mi silla y gemí de dolor mientras me agarraba la tripa con ambas manos. Cerré los ojos con fuerza y noté como se me empañaban. Al oír cómo me quejaba, la señorita Irwin se acercó deprisa a mi mesa y me miró preocupada.
- Savannah, ¿estás bien? ¿Qué te pasa?- Gimoteé aún más alto y la miré con mi mejor mirada de cachorrito herido.
- No lo sé... Me duele muchísimo la tripa. Justo... justo aquí.- Me puse una mano sobre la zona del apéndice. Ella me miró aterrada.
- Oh... vaya. Espera que... Oh.- Casi me daba pena. La pobre mujer se había puesto a caminar frenéticamente por la clase buscando un papel y un boli. Casi se le cayeron las gafas en varias ocasiones y cuando fue de nuevo a mi mesa me entregó un trozo de hoja en el que había garabateado rápidamente la autorización que necesitaba para salir de aquí. Cogí la hoja con manos temblorosas y me la guardé en el bolsillo.
- Vete a la enfermería y entrégale esto a la enfermera. Si de verdad es apendicitis, no te preocupes que puedes ir a urgencias si lo necesitas. Yo... bueno espero que no sea nada.- Me dedicó una sonrisilla nerviosa y preocupada y me ayudó a incorporarme frente a las miradas asombradas de mis compañeros. Sin embargo, ellos no me importaban en lo más mínimo, podían pensar lo que quisieran. Cogí mi mochila y me la coloqué sobre la espalda. Salí del aula cojeando y agarrándome la tripa con fuerza. Al cerrar la puerta detrás mío me erguí y salí corriendo hacia la portería. Atravesé los pasillos y el patio desierto a la velocidad del rayo sin preocuparme de que alguien me viese. Al llegar a la portería volví a fingir dolor y malestar frente al hombre gordo y con pinta aburrida al entregarle la autorización de la señorita Irwin. Este cogió la nota y asintió en silencio dándome así a entender que podía irme si quería. Y claro que quería.
Cuando atravesé el parking del instituto y me aseguré de que ya estaba bastante lejos de aquella cárcel llena de adolescentes, comencé a correr de nuevo hacia la ciudad de Houston que se extendía amplia y reluciente ante mí. Recorrí las calles semi vacías sin fijarme en las personas a las que me iba encontrando. Hacía un calor insoportable, como siempre en el mes de septiembre y el sudor me resbalaba por la espalda. La camiseta blanca que llevaba puesta se me pegaba a la piel y mis mejillas se comenzaron a teñir de un color rojo intenso a causa del esfuerzo. A pesar de ello seguí corriendo tan rápido como mis largas piernas me permitieron.
A medida que iba avanzando, pude ver un gran edificio negro a lo lejos. El estado deplorable en el que se encontraba me hizo ir más deprisa, pues lo reconocí de inmediato. Ya se podían apreciar las ventanas rotas y sucias y las paredes de un color negruzco completamente cubiertas de moo y suciedad.
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El cambio - Elementos #AstraAwards #AstraFansiaAwards
FantasySavannah se considera a sí misma una chica normal. A sus 17 años no ha hecho nada especialmente emocionante, solamente sus peleas ocasionales en un antro de lucha libre la salvan de ser una adolescente mediocre, o eso es lo que ella cree. Lo que des...