Me ardían las piernas con cada paso que daba. Apenas llevaba media hora caminando, pero tenía la sensación de que habían pasado siglos desde que dejé atrás aquel edificio derruido. El peso de Rusty sobre mi espalda me recordaba que por poco perdí a una de las personas más importantes de mi vida. Casi perdí a mi único amigo. Fruncí el ceño y continué caminando, esta vez más rápido. No permitiría que Rusty muriese ahora. No era justo que con todo lo que habíamos pasado fuese a morir en mis brazos. No era justo.
Cada vez que cogía aire una oleada de calor recorría mi cuerpo y llenaba mis pulmones, ya que el clima a esa hora del día en Texas era terrible. Había decidido llevar a Rusty a casa y no a un hospital. En él, lo más probable sería que tardaran en atendernos y tenía la sensación de que Rusty no aguantaría mucho más. Además, el hospital más cercano estaba a más de una hora caminando y yo estaba exhausta. No iba a poder llevar a mi amigo hasta allí sin que yo misma corriese el peligro de que me pasase algo. Aun que me avergonzaba reconocerlo, también había otra razón por la que no quería llevar a Rusty allí. Una razón egoista y propia de una persona cobarde, pero yo era una cobarde. Me di cuenta de ello hoy, cuando fui consciente de mi impotencia ante la gravedad de la situación en la que nos habíamos encontrado mi amigo y yo. Al llegar al hospital seguro que iban a preguntarme qué era lo que había ocurrido, por qué estaba mi amigo herido y me temía que no iba a ser lo suficientemente fuerte para responder a esas preguntas. No iba a poder contar lo que había pasado sin ponerme a temblar, a gritar o incluso a llorar, por que ni yo misma lo comprendía.
Sacudí la cabeza para alejar aquellos pensamientos. Ahora mismo mi prioridad era llevar a Rusty a casa y salvarlo. No debía desconcentrarme. Alcé mi mirada y divisé nuestra pequeña vivienda a lo lejos. Ver el jardín verde intenso perfectamente podado y el gran roble que se alzaba orgulloso sobre nuestro tejado hizo que mi pulso se acelerase y que dejase escapara un suspiro. Casi había llegado. No era demasiado tarde para Rusty. Aceleré el ritmo de mis pasos todo lo que pude y cogí a Rusty fuertemente de los brazos. El sudor me pegaba la camiseta al cuerpo y jadeaba deseando poder llenar mis pulmones de aire fresco y no este polvo ardiente.
Llegué a la puerta de casa y saqué mis llaves de uno de los compartimentos de mi mochila. Abrí de un portazo y atravesé la entrada lo más rápido que pude.
- ¡Karaile!- grité con voz ronca- ¡Karaile corre ven! ¡Necesito tu ayuda!- Escuché el sonido de platos al dejarlos caer sobre el lavabo y pasos acelerados que se dirigían hacia donde yo me encontraba. Karaile apareció en seguida con un trapo limpio entre las manos. Sus ojos oscuros se abrieron de par en par al verme y dejó caer el trapo al suelo.
- Sa-Savannah. ¿Qué ha..?
- No hay tiempo para explicaciones, - la interrumpí cortante. - Necesito tu ayuda.- Karaile abrió la boca como si fuese a decir algo, pero la volvió a cerrar y asintió. Su mirada se volvió seria repentinamente y eso hizo que reaccionara. Observó a Rusty durante unos segundos, seguramente preguntándose quién era y qué hacía en esta casa, sin embargo no hizo ninguna pregunta, lo que agradecí, puesto que no podíamos perder más tiempo. Karaile despejó la mesa larga del comedor, quitando el jarrón lleno de rosas rojas que había encima y sustituyéndolo por un mantel viejo y desgastado que sacó de uno de los cajones de un armario. Me ayudó a cargar a Rusty hacia la mesa y a tumbarle con mucho cuidado sobre ella. Aunque estaba semiinconsciente, gimió cuando le dejamos sobre la mesa y posó una de sus manos sobre la barriga. Lo miré preocupada. Mis ojos se dirigieron hacia la zona sobre la que había puesto su mano y me tapé la boca horrorizada. No me había fijado antes, pero sobre su camisa se extendía una enorme mancha carmesí. Lo miré paralizada. ¿Cuándo se había hecho eso? Que yo recordase ninguno de los matones llevaba armas encima.
- Savannah - la voz de Karaile me sacó de mis ensoñaciones - necesito que me traigas lo más rápido que puedas unas tijeras, unas vendas, alcohol, unas pinzas, gasas limpias, desinfectante de manos y un paño mojado con agua fría. Date prisa por favor.- Aunque se había dirigido a mí, su mirada seguía concentrada sobre el cuerpo tembloroso de Rusty. Lo miraba con el ceño fruncido y dos de sus dedos atrapaban su labio inferior. Siempre hacía eso cuando estaba concentrada.
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El cambio - Elementos #AstraAwards #AstraFansiaAwards
FantasíaSavannah se considera a sí misma una chica normal. A sus 17 años no ha hecho nada especialmente emocionante, solamente sus peleas ocasionales en un antro de lucha libre la salvan de ser una adolescente mediocre, o eso es lo que ella cree. Lo que des...