Epílogo

1K 81 28
                                    

En el mismo instante en el que el vagón se paró en seco, tuve miedo.

Dudé, preguntándome si realmente tendría que estar allí o si simplemente mi corazón me había jugado una mala pasada. Me llevé la mano hacia el colgante que pendía de mi cuello y suspiré. No podía ser tan cobarde.

Consideré la posibilidad de que justo al salir, una fuerza maligna me succionase desde el fondo del pequeño espacio que había entre los trenes y el suelo. Luego sacudí la cabeza y comencé a andar.

El frío de otoño se calaba en mis huesos y no me soltaba, provocando que cada dos por tres me arropase un poco más en mi abrigo. Un ajetreo bullicioso inundaba la estación y me hacía sentir en casa, como si no hubiese pasado tanto tiempo y no me hubiese marchado.

Me sorprendí al percibir que todo parecía estar igual que siempre.

Las calles estaban llenas de árboles rojizos y marrones, haciendo reír a alguna que otra pareja cada vez que una hoja cobriza se posaba en la cabeza de los enamorados. Varios niños corrían por aquel parque donde tiempo atrás tantas cosas habían pasado, aprovechando los pocos minutos que le quedaban antes de pisar la escuela. Casi pude imaginarme la campana del instituto sonando, con otra chica en la puerta, preguntándose si debía entrar o no.

No recordaba demasiado bien el camino hacia mi esperado destino, pero me permití el lujo de perderme una vez más por aquel pueblo. Dándome cuenta a cada paso de que quien había cambiado era yo y no el pueblo en sí.

Sin quererlo, me encontré entrando en una urbanización de casas de color blanco. Obligué a mi cuerpo a dar la vuelta para marcharse, temiendo lo que podría pasar si seguía caminando.

Luego me di cuenta de que mi cerebro ansiaba volver allí, así que apresuré mis pasos.

El árbol donde un par de años atrás había pasado un verano entero leyendo seguía allí, más viejo y alto que nunca. Retuve el impulso de llamar al timbre y lo observé todo desde la acera de enfrente, sintiéndome más culpable que nunca por haber hecho lo que hice.

Intenté relajarme, con los ojos algo mojados, y seguí caminando.

Cada vez era más consciente de mi destino final, pero me obligué a posponer el momento.

Visité cada calle y parque de la zona, parándome a observar un banco donde tiempo atrás había conocido a gente maravillosa. Aquel banco en el que el humo y el pánico habían inundado mi mente. Y aquel coche abandonado que tiempo atrás dos chicas habían dejado olvidado junto a la entrada del pueblo.

Nadie me reconoció y he de decir que yo tampoco vi a nadie, mi tiempo aquí parecía haber pasado hacía mucho y la gente tendía a olvidar los desastres como el mío si no se fomentaban. Y yo me encargué de que no pasase.

A pesar de que era temprano, varios ancianos y madres con un rato libre caminaban por las calles. Haciéndome recordar que aquel pueblo nunca dormía.

Y, a pesar de que la inseguridad y el nerviosismo me invadían a cada segundo, finalmente me dirigí al lugar indicado. Al lugar donde habría tenido que ir hacía dos años atrás, cuando todo parecía estar envuelto por una capa de misterio y tristeza.

El edificio parecía el mismo y aunque no recordaba demasiado bien el nombre del barrio, tuve el presentimiento de que no podía haberme equivocado. Nada más entrar en el recibidor del bloque de apartamentos, comencé a subir de dos en dos los escalones. Olvidando mis dudas y rogándole a mi cuerpo que aguantase hasta la octava planta.

Milagrosamente, tuve suerte.

Casi pude verme a mí misma de nuevo, dudando si presionar o no el timbre de aquella casa y convenciéndome de que él iba a estar. Finalmente, aguanté todo el aire que pude y toqué una sola vez.

Nada sucedió.

Me giré y comencé a bajar los escalones lentamente, casi como si mis piernas percibiesen mi estado de ánimo. Había sido una imbécil por pensar que iba a seguir viviendo en el mismo barrio, había sido estúpida por convencerme de que seguiría aquí. Y lo más importante, había sido la mayor ingenua por creer que iba a tener posibilidades de corregir mis errores.

Infantil por pensar que...

- ¿Hope? - pronunció una voz conocida a mis espaldas.

Por un momento me visualicé a mí misma bajando las escaleras como si no me hubiese enterado o como si realmente no hubiese llamado a la puerta, pasando página y volviendo a la estación de tren para retomar el camino a mi nueva vida.

Me imaginé olvidándole.

- ¿Sí? - me giré y comencé a subir las escaleras de nuevo, llegando a la altura del chico que esperaba apoyado contra la barandilla.

- Vaya, no te había reconocido - me miró algo dudoso, sin saber muy bien qué decir -. ¿Qué te trae por aquí?

Vacilé y titubeé durante unos segundos. Seguía igual que siempre, con su pelo castaño y algo rubio despeinado y ese aspecto desenfadado que le sentaba de maravilla incluso con aquella fina camisa de tirantes y el chándal holgado.

- Yo...

Volví a tomar aire y lo miré a los ojos, sintiendo que todo a mi alrededor se ralentizaba.

- He vuelto, Aiden, y no pienso irme sin ti.


ScarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora