Capítulo VI

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A la mayoría de las personas les vicia el hecho de tener más años, aunque luego se quejen del estado de su piel o se cansen de su vida. Quieren más. No se dan cuenta de que cuanto más tiempo vives más tienes que perder y más difícil se te hace irte. 

No puedes dejar a tus hijos. Ni a tu marido, si es que sigue vivo. Tienes que seguir viva por alguna razón. Pero yo no tengo ninguna. Mi única razón de vivir se había esfumado, así como así.

¿Y por qué sigo viva? Ni yo misma lo sé, allí, en medio de ese caos de agua hirviendo y gritos enfrascados en una bañera, había querido dejar de vivir. Pero justo antes de quedarme atrapada en la tempestad, abrí los ojos y le vi.

Y supe que tenía que vivir por los dos. Salir adelante un poco más.

En ese momento lo había visto bastante claro pero ahora, después de unas horas tumbada en la cama de mi habitación y mirando un techo lleno de estrellas que brillaban débilmente. Me cuestionaba si había hecho bien. Si tendría que haberme hundido en vez de haber nadado con dificultad.

Lo que sabía era que cada hora que pasaba sin él era como un aguja clavada en mi corazón.

- Uno...dos...tres...cuatro...cinco... - sigo contando hasta contarlas todas.

Cuarenta y cinco estrellas brillan en ese cielo artificial. Cuarenta y cinco. Noah debería de haber llegado al menos a esa edad.  

Estaba sola antes y creía que no iba a poder empeorar más, pero una vez más la vida siempre puede ir a peor. Brillante y optimista Murphy.

Era una broma, tenía que serlo, tenía que aparecer en algún momento un presentador televisivo de algún programa tonto diciendo con esa voz típica "¡Picaste!" mientras mi hermano salía en carne y hueso riendo. Tenía que serlo.

- Hope...la cena está lista- escucho al otro lado de la puerta- Te hemos preparado algo, por si acaso.

Ewen había llegado hacía una hora. Aún no sabía los detalles del asunto pero incluso sin saberlos parecía igual de abatido que Christina. Los sollozos se oyeron por toda la casa cuando ella se lo explicó todo.

Era desgarrador.

- Vale, ahora bajo.

No tenía ganas de comer, de hecho, era probable que lo que comiese en la cena lo devolviese horas después, pero me daba igual. Como si me moría de inanición.

Bajé a los diez minutos, arrastrando los pies por las escaleras. Me daba cuenta de que no iba a haber nadie con quien hablar en la cena, nadie con quien bromear. No habría nadie presente para ver la serie que empezaba cuando terminábamos de cenar. Esa serie que tanto nos gustaba.

Mi rutina diaria estaba rompiéndose, estaba comenzando a estar tan rota como yo.

Retuve mis ganas de volver a encerrarme y bajé el último tramo de escalera. Ya no se trataba de mi propia felicidad, de hacer lo que quisiera para sentirme mejor. Se trataba de contentar a mis padres de acogida. Unos padres que acababan de perder a uno de los hijos que siempre quisieron tener. 

No podían perder a otro en un solo día.

Mi felicidad ya solo era "bello ideal de pensamiento humano" y la de ellos aún podía ser salvada de entre las garras de la tristeza.

Suspiro. 

No pienso así, ¿de veras voy a vivir una vida infeliz para hacer la de otras un poco más feliz?

Me amargaba ese hecho pero sentía obligada a hacerlo, no como si fuese una cristiana obligada a ir a misa a los domingos, si no como si fuese una persona racional y considerada. 

Puede que fuese un monstruo, puede que incluso no mereciera vivir. Pero había personas que merecían vivir una vida por mucho que yo no quisiera vivir la mía y en mi caso, me tocaba vivir por ellos.

Sonrío. No todo tenía que ir tan mal, tengo a Christina y a Ewen, todo iba a ir bien. Todo vib a ir bien. Cuantas más veces me lo repitiese, antes lo creería.

Recuerdo algo. Mi móvil.

Olvidado en mi mesilla de noche desde esta mañana. Posiblemente sin batería. Algo hace que necesite encenderlo y releer los mensajes con Noah por última vez, antes de borrarlos todos y pasar página.

Subo a mi habitación y lo veo tras rebuscar un poco. Trato de encenderlo pero me avisa de que la batería está críticamente baja.

Me sorprendo al ver que tengo tres mensajes de texto y pulso la pantalla para leerlos. 

El mundo se me cae a los pies. No puede ser. No es posible. 

Los vuelvo a leer una y otra vez y lo asumo cuando la pantalla se colorea de negro y se apaga. Todo lo que había pensado antes sobre ser feliz se esfuma de mis pensamientos y palidezco.

Parecía estar encerrada en una fila de fichas de dominó que no hacían más que caerse una y otra vez. Destrozando cada recuerdo y pensamiento positivo. 

Y no estaba muy segura de si quedaba alguna en pie.

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