LA BODA

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Estar enfrente a una iglesia revela algo de paz dentro mi ser, tanto, pero el saber que he cometido algo terrible, de algo que no tiene perdón me impide hacer una reverencia, aunque admito que no me arrepiento de lo que hice y si eso me impide volver a estar en una iglesia, estaré feliz de cumplir mi condena.

Aun recuerdo cada momento de esa noche, recuerdo lo frío que era, así cómo todo lo que hice para cortar esos alambres de púas  para saltar ese viejo muro, recuerdo la ira del viento quebrando las ramas secas de los árboles del campo santo, el recuerdo de ese  miedo que me consumía ferozmente, pero, pero la promesa le hice, me obligó a que siguiera sin dudar, haciendo que ignore todo e incluso a esas sombras que me seguían sigilosamente, como cazadores acechando a su presa. La pala con ayuda de mis manos escarba silenciosamente la tierra santa, en búsqueda de aquel ataúd, recuerdo que era más pesada que ahora a cada paso que daba, pero da lo mismo prometí que lo haría y es por eso que la saque de esa prisión que me separó tanto tiempo de ella.

Al estar frente de la iglesia me hace recordar la forma en que murió hace años y nunca pude decírselo, pero hoy, aunque no encuentre respuesta se lo pediré, porque hoy al fin pude comprar ese anillo que tanto le gustó, el cual dije que compraría para ella. Ya han pasado las horas, el círculo está hecho a detalles junto a la estrella de cinco puntos invertida la perfección es evidente, las velas en sus lugares y el libro listo para ser recitado, el bello vestido aún marca su bella figura, siendo este el más elegante que encontré aunque ya no le queda mucha piel en su cuerpo, su belleza deslumbra.

Aunque solo pueda ver su cráneo sin expresión, sé, que me observa con esa mirada cautivadora y esa bella sonrisa que hace latir rápidamente mi corazón. “tic tac, tic tac” marca el reloj, sé que ya es la hora de la ceremonia, se que todos los años de estudio servirán para llevar a cabo mi objetivo y luego de horas al fin termine la ceremonia, pero ella aun no se mueve, pero eso no importa.
Con el traje de pingüino me acerque a ella —¡cásate conmigo! —dije con todo ese sentimiento que acumule por años, aunque al fin pude decirlo, las lágrimas caían por mis mejillas al saber que era muy tarde y que ella no respondería, a pesar de ser consumido por toda melancolía y devastación del fracaso en mi ritual.
—si, si acepto- contestó ella con una voz extraña, mientras volteaba su esquelético hacía mí.

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