I. UN DESTINO, DISTINTO CAMINO

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4 de septiembre de 2014; Turquía, Sirnak. 

Joachim Kahler bajó del bus de larga distancia, proveniente de Ankara. Un largo viaje de dieciocho horas en las que el vehículo de pasajeros se detuvo en casi todos los poblados del este de Turquía, lo dejó físicamente abatido como si hubiera corrido una maratón. Tan pronto caminó unos pasos hacia la fila de pasajeros que esperaban sus maletas, comenzó a sentirse mejor. Estiró las piernas y una especie de placer reconfortante lo invadió por dentro. Aun así, todavía lo aquejaba su cintura de estar sentado tantas horas. Aguardó unos instantes mientras los maleteros del ómnibus descargaban los equipajes de la bodega. Las arrojaban al suelo sin importarles demasiado, tal como si fueran bolsas de papa; pues si no había propina, no había buen trato. Bienvenido a Medio Oriente.

El mercenario no tardó en divisar sus pertenencias. Encontrar su bolso cilíndrico de color verde militar, le resultó bastante fácil entre tantas maletas con rueditas. Se abrió paso entre la multitud excusándose bajo su tercer idioma, el inglés; aunque dudó seriamente si alguien allí lo hablaba. Tomó su talega militar, y se la ajustó al hombro como una mochila. Acto seguido, miró su reloj: 17.43 hora local de Turquía. Tan solo luego de chistar, apuró el paso. Estaba llegando tarde.

Por fuera de la terminal de ómnibus, la pequeña localidad entre montañas de Sirnak, le dio la bienvenida entre bocinazos de los autos y una bulliciosa marea de gente que transitaba por la vereda. La estación, ubicada justo en el centro de la urbe, recibía el caudal habitual de personas como cualquier otra terminal del mundo. Aunque seguramente, pensaba Joachim, los últimos meses se mostraba con más movimiento que nunca. Movimientos de por sí, clandestinos y misteriosos, pero que de alguna forma usaban aquella localidad de paso para acercarse a otros destinos más oscuros: como Irak o Siria. Como él.

Se alejó de la zona céntrica varias cuadras hasta internarse en uno de los barrios, quizás, más pobres de la ciudad. Lo supo en cuanto comenzó a distinguir menos gente transitando por las veredas. Y por otro lado, los pocos vecinos que se cruzaba a su paso, caminaban con sus largas vestimentas musulmanas no sin mirar bastantes veces sobre sus hombros. Algunos se atrevían a seguirlo con la mirada, pues no era casual encontrarse con un sujeto occidental visitando esa zona poco turística de Turquía. Pero a Joachim, no le importó en lo absoluto. No temía por su seguridad, ni tampoco por su vida. Su pistola H&K USP, la cual llevaba escondida bajo su remera y amarrada al cinto del pantalón hacia el final de su espalda, le daba la confianza que necesitaba para desplazarse con la tranquilidad suficiente.

Luego de caminar alrededor de quince manzanas, se adentró en las profundidades de una zona de escasísimos recursos, donde las calles dejaron de ser de pavimento para pasar a ser de tierra. También se hicieron más angostas. Tan angostas, que ni el ancho de un vehículo pudiera transitarlas. Ya no había autos, semáforos, personas ni comercios. Tan solo edificaciones precarias de varios pisos casi improvisadas hacia arriba, las cuales comenzaban a tapar el sol que todavía no se había escondido entre las montañas. Cuando dobló en una de las ochavas, el camino pareció achicarse más aún. A su paso, casi se lleva puesto un tender de ropa que mediante una soga cruzaba lo ancho de la callejuela. Se agachó con la cabeza al pasar uno, y luego otro y otro. Cuando comenzó a dudar si su camino era el correcto, sacó del bolsillo de sus pantalones caqui una especie de mapa garabateado. Se quitó sus gafas oscuras y las enganchó de la patilla en el cuello de su remera. Miró con detalle el plano y levantó el rostro dos o tres veces, cerciorándose de seguir el rumbo correcto. Siguió su camino. Aquel vecindario marginal, era un destino transitorio de su tan larga cruzada.

Cuando por fin dejó atrás las endemoniadas callejuelas de aquel funesto barrio, se introdujo de lleno en una especie de zona industrial. Las calles volvían a estar asfaltadas, aunque con grietas y pozos por doquier, lo que lo llevó a pensar que esos caminos eran transitados por pesados camiones. Estaba en el sitio correcto. Caminó por el medio de la desolada calle buscando la fachada de un galpón, el cual necesariamente debía tener una inscripción en árabe en sus puertas. Sin embargo, en lugar de ello, lo que vio a continuación le hizo acelerar el paso. Un sujeto de al menos 45 años de edad, permanecía de pie fumando junto a la puerta de uno de los tantos depósitos. Debía ser el contacto.

OPERACIÓN TEMPESTAD  #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora