Dabiq, es el nombre legendario que lleva una ciudad ubicada en algún recóndito lugar de Medio Oriente. Más precisamente, en Siria. En el plano real, la misma no es más que una urbe de menos de 4000 habitantes, sin clara importancia alguna. Aunque todavía se mantiene una discusión, sobre si aquella ciudad fue bautizada con ese nombre antes de los preceptos de Mahoma o después, Dabiq lleva consigo el significado histórico y religioso de la escatología islámica. La tradición, que surge de las interpretaciones del Corán, estima que sobre esa ciudad se va a llevar a cabo la batalla del fin de los tiempos. Allí, los musulmanes se enfrentarán contra los enemigos de la Fe, en una contienda que decidirá el destino de la humanidad entera.
No es casualidad que justamente la revista de propaganda del Estado Islámico, lleve su nombre en la portada. Dabiq, es un símbolo sagrado para los Guerreros de Alá. Es el lugar y el momento justo, dónde su lucha religiosa se convierte en un desenlace global para la humanidad. Los musulmanes se enfilarán tras una sola bandera, que los llevará a cumplir los presagios de Mahoma: la salvación espiritual y física de todos los fieles al profeta. Sin dudas, que estos preceptos lejos están de ser compartidos por la mayoría de los islámicos. Tan solo, aquellos de conductas más violentas y osadas son quienes argumentarán estas predicciones y las defienden. El Estado Islámico es el principal promotor de esta profecía, pues aquello constituye la carga de elementos mitológicos y religiosos al conflicto en cuestión. Es lo que envalentona la lucha sagrada, justifica lo injustificable y engrosa los lazos de una "Nación" sin Estado. Al menos, reconocido por el mundo. En la escatología, la épica, la mística y la religión, se fusionan hasta convertirse en la grasa de una maquinaria de guerra salvaje.
Pero esto no es la primera vez que ocurre. El nazismo, durante sus épocas de esplendor, se esforzó en buscar el valor tradicional germano, las runas y el despertar de la raza aria. Las sombras del Tercer Reich reflejan una maquinaria ocultista, espiritista y cargada de misticismo, que se proponía justificar la lucha por la implantación de tales ideales. "El pueblo alemán no es heredero del pecado original, sino noble por su naturaleza". Para los altos mandos del Tercer Reich, que el pueblo alemán se reencontrara espiritualmente con sus raíces —falsas y de propaganda—, cargadas de preceptos nacionalistas y propios de su cultura, generaba la invencibilidad de su identidad. Generaba la indestructibilidad de la nación entera. Purificaba la raza.
De la misma forma, el Estado Islámico busca sus "raíces" en la concepción interpretativa —falsa— del Corán. La lucha no es una lucha espiritual, es una lucha física, sangrienta y real. Es la Yihad misma lo que restaurará los valores tradicionales musulmanes. El infiel debe ser degollado y el enemigo aplastado como una cucaracha. Sin excepciones.
Para algunos, como para Husaam Al-Gazali, Dabiq constituye un elemento imaginario. No es la ciudad en sí, físicamente hablando, lo que Dabiq es. Sino más bien el concepto doctrinario que aglutina la ideología y religión islámica bajo una misma bandera. La ciudad no existe, la lucha sí. Dabiq puede ser Raqqa, Damasco, Mosul, Bagdad o Kobane. Allí, en esas batallas, se decidirá el destino de la humanidad. Por aquellos momentos, infundir en los corazones de sus guerreros que la lucha santa tiene un objetivo terrenal, arrojaba resultados excepcionales. Un soldado con buena moral vale más que una unidad entera. Y así, las brigadas asisten al frente de batalla entonando canciones de la Yihad, felices y exultantes, pues no les importa morir por una causa que ellos consideran justa. Se sienten honrados de abrochar sus cuerpos con explosivos e inmolarse en un mercado, un cuartel o una embajada. Se sienten cerca de Alá cuando embisten sus coches repletos de trinitrotolueno contra una barricada defensiva. La lucha es pura y sacra. Dabiq ahora es Kobane. Y en Dabiq, no se da un solo paso atrás.
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A tan solo cuarenta metros del destacamento de policías, Abu se mantenía de pie con sus manos cerradas en puño y apoyadas en su cintura. El viejo Coronel elevaba la vista mientras sus hombres trabajaban en la construcción de una torreta. Como si fuera el arquitecto de una obra faraónica, daba órdenes a sus hombres que se movían cansados con sacos de arena en sus hombros, bajo el abrasador sol del mediodía.
—Por las barbas del profeta —Se dijo en un murmuro—. ¡Que alguien opere esa maldita grúa! Se supone que terminemos las obras antes que nos ataquen, maldición.
Ante sus ojos, Kahler se acercó caminando, observando aquella obra desmesurada a su juicio. Tras un chiflido, le arrojó una manzana a Abu quien la cazó en el aire en un acto reflejo. Ambos se quedaron parados, en silencio y mascando la fruta, mientras los milicianos trabajaban hasta el agotamiento. El Coronel lo miró de reojo.
—Sé que tienes algo para decir, siempre lo tienes...
Kahler cortó un trozo de su manzana con el cuchillo y se lo llevó a la boca. Luego de reírse para dentro, aclaró su garganta al tiempo que tragaba el pedazo de manzana.
— ¿Conoces la línea de Sigfrido?
—Pues claro que la conozco, muchacho. Una excepcional obra de la ingeniería alemana.
— ¿Sabes lo que dijo el General Patton acerca de ella?
Abu se volteó para mirarlo. Kahler mantuvo su mirada hacia lo alto de aquella torre. Uno de los milicianos ya se hacía cargo del control de la grúa que cargaba los pesados sacos de arena y los depositaba con cuidado sobre la altura.
—Déjate de misterio... ¿Qué dijo?
— "Las fortificaciones fijas son los monumentos a la estupidez humana".
Abu volvió su mirada hacia la imponente torre. Y luego hacia Kahler, nuevamente.
—Pues menudo imbécil ese tal Patton —Resopló malhumorado el kurdo.
— ¿Crees que esa torre detendrá en algo el avance oscuro?
—No lo sé, pero al menos se me cae alguna idea —Le dijo y luego de mascar la fruta le devolvió la mirada—. No como tú que durante los últimos días no elaboraste una sola estrategia.
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OPERACIÓN TEMPESTAD #Wattys2016
Ação"El hombre jamás podrá saltar fuera de su sombra". Proverbio árabe. Joachim Kahler es un contratista militar privado que alguna vez supo pertenecer a un ejército profesional. Sin embargo, su tormentosa vida lo fue llevando por caminos oscuros hasta...