III. UN PROCESO DE SELECCIÓN ACELERADO

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A escasas horas del mediodía, mientras el sol brillaba desde lo alto en un cielo azul despejado, Joachim Kahler finalmente arribó a la ciudad de Erbil. Luego de vagar por una ruta desierta alrededor de cuarenta minutos en las cercanías de Shanidar, una vieja furgoneta frenó a un costado del camino y el conductor le dio un aventón a Jo hacia la civilización. En la cajuela de aquella desvencijada camioneta Nissan, entre fardos de alfalfa y tres cabras, Jo viajó hacia la capital kurda, Erbil. Al parecer, su racha de suerte todavía seguía intacta.

Al llegar, sus ojos no tardaron en maravillarse ante la belleza de la imponente urbe. Era la primera vez que visitaba aquella zona de Irak, pero fue suficiente para entender que había tenido un preconcepto equivocado durante toda su vida. Aquella magistral, antigua y cultural ciudad era realmente un oasis de civilización entre tanto desierto circundante. Pero no lo era por tener altos edificios o modernos rascacielos. Por el contrario, Erbil era una ciudad de construcciones bajas en su mayoría, con viviendas de medio siglo que no superaban las dos plantas de altura; las palmeras de las avenidas eran el monolito más importante y llamativo, y bajo su sombra se agrupaban diversos forrajes que se perdían en retoques de civilización como las calles asfaltadas en las avenidas, y los entramados de caminos con adoquines. Los autos y vehículos devolvían a uno de la abstracción de verse perdido en otro siglo, y de no ser por estos se podría imaginar tranquilamente carruajes y caballos transitando por las infinitas callejuelas de Erbil. Sin dudas, una ciudad tan atrapante como fantástica.

Aquella milenaria urbe tenía un diseño tan fantástico como difícil de entender. Había sido diseñada como si alguna vez se hubiera encontrado un oasis en el medio del desierto y alrededor de este, en una circunferencia, se hubieran construido tantas edificaciones como fuera posible. Y luego, cuando las siguientes construcciones no encontraron espacio dentro de ese círculo que encerraba el oasis, se agregó otro segundo anillo por detrás. Y con el correr de los años: otro, y luego otro... y así por cientos de años. El diseño de las calles de Erbil, mantenía su aspecto circunferencial histórico. En cuanto al casco urbano, justo en el centro de la circunferencia, una magnánima obra milenaria se elevaba por sobre las viviendas que la rodeaban. Se trataba ni más ni menos que de un castillo de la antigüedad, elevado sobre un denso montículo de tierra y resaltante con sus murallas imponentes. Aquellas gruesas paredes de concreto encerraban justo en el centro a la ciudadela de Erbil, los primeros vestigios de una civilización tan antigua como mística.

Pero la atracción de Erbil no era solo por su castillo y su histórica ciudadela. La ciudad en sí mantenía una fuerte impronta cultural. Junto a la enorme cantidad de plazas que se multiplicaban cada trecientos metros, se erigían mercados públicos y foros, bazares y comercios de ropa o de especias; pues aquello le daba el aspecto de ser una ciudad completamente activa. La vida parecía ser ajetreada para la población local, la cual se abría paso como una marea entre caminos adoquinados repletos de tiendas y negocios callejeros. Y claro, una ciudad de millón de habitantes, la tercera en Irak después de Bagdad y Mosul, necesita obligatoriamente mantener cierta infraestructura.

Jo, le agradeció al pastor que lo alcanzó hasta Erbil y le pagó con un billete de veinte dólares. El sujeto no quería saber nada con que le pagaran y se rehusaba en su idioma a aceptar dinero. Pero en cuanto vio aquel billete verde, sinónimo del sueldo de varios días de trabajo duro, lo aceptó sin más miramientos. Kahler tomó su pesada mochila de la cajuela, le sacudió los impregnados pelos de cabra a la tela y la cargó sobre su hombro. Al tiempo que se abría paso por la abarrotada calle, la desvencijada Nissan ya se perdía avenida abajo. En tan solo unos pasos, cercioró su recorrido. Extrajo un segundo mapa que detallaba el plano de la ciudad con sus respectivas calles y trató de encontrar su ubicación mientras caminaba entre una marea de gente. Algunos pasaban a su lado tan apurados que lo topeteaban involuntariamente. Pero a Kahler no le importaba, miraba su mapa abstraído de todo lo que lo rodeaba. Envuelto en un bullicio ensordecedor de conversaciones cruzadas y gritos de vendedores ambulantes tratando de ofrecer sus baratijas, el mercenario encontró finalmente su rumbo. Volvió a colocarse sus gafas de sol. No estaba lejos del destino final.

OPERACIÓN TEMPESTAD  #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora