XII. TRES ESCUDOS

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Los dos camiones Unimog provenientes del valle, arribaron al centro de la ciudad por la avenida principal y, como venían, se metieron inmediatamente en el playón de estacionamiento del destacamento policial. No era nada alentador que los civiles presenciaran aquellas escenas de unos cuantos cadáveres peshmergas descendiendo de un camión. En aquel cuartel, los peshmergas restantes del Regimiento V que no habían participado de la misión, aguardaban con paños y vendas para atender a los heridos que volvían del valle. Y en cuanto la cajuela se abrió, primero descendieron los lesionados, luego los cuerpos y finalmente los soldados en pie.

Se bajó del castigado vehículo y caminó cabizbajo hasta la entrada del destacamento. Sus oficiales lo perseguían interrogándolo con lo que había sucedido. Pero Abu Nasih, no contestaba. Dio algunos pasos tambaleantes abriéndose entre sus subalternos y se inclinó ante un bebedero. Tenía barro hasta en los oídos. Metió su nuca bajo el grueso chorro de la canilla, empapándose casi hasta el lomo. Se limpió la tierra impregnada en su rostro y la sangre chamuscada en sus manos. A unos metros de él, dos peshmergas envolvían el cadáver de un oficial, abatido durante la emboscada. El uniforme del fallecido estaba empapado en sangre desde el cuello hasta la cintura. Seguramente había muerto tras una desgarradora agonía.

En cuanto Abu levantó el rostro del bebedero, trató de ignorar con la vista a una figura que lo observaba con detenimiento. Respiró profundo y se limpió las gotas de agua que colgaban de su frente con la manga de su camisa. No lo había notado hasta entonces, pero también la manga de su uniforme estaba manchada con sangre. Agradeció salir con vida de semejante masacre en la que, un cuarto de los hombres que comandó, perecieron bajo el fuego de francotiradores asechados que los tomaron por sorpresa. Y, tan solo segundos luego de recordar aquellas imágenes, deseó haber muerto en el enfrentamiento. De pie frente a la escena, paseó su mirada derrotada por el cuerpo del difunto y luego la clavó en la carrocería agujereada del camión Unimog.

El sujeto que había permanecido observándolo, se aproximó hasta quedar a un lado, en completo silencio y con la mirada en la misma dirección que el Coronel.
—Ni siquiera se te ocurra decir algo al respecto —Bramó el viejo, con sus ojos puestos ahora en el lugar donde ya tapaban a un segundo difunto con una sábana.
—No pensaba decir nada.
— ¿Me puedes decir cómo demonios lo supiste?
—Intuición.
—Ya lo veo; ¿eres vidente, no es así?
—Ajá.
— ¿De dónde sacaste esa manzana?
—Trajimos de Erbil varios cajones de manzanas.
— ¿Y cómo es que todavía no se les pudrieron?
—Tenemos "buenos" cajones de manzanas—replicó Kahler y dio un mordisco a la fruta verde—. ¿Quieres una? Están muy buenas.
— ¿Acaso nadie te enseñó a no hablar con la boca llena? Por supuesto que quiero una.
—Aquí tienes —Le entregó el mercenario.
— ¿En serio? ¿Andas con manzanas en los bolsillos? ¿Sabes la cantidad de microbios que llevamos en nuestros bolsillos?
—No.
—Pues deberías saberlo. Y... ¡Oye! Están buenas en serio.
—No hables con la boca llena.
Abu hizo sonar sus labios en una mueca de fastidio. Tras unos segundos de silencio, retomó la conversación con aire más serio, pero en un tono algo lamentoso.
— ¿Qué van a hacer ahora, mercenario? ¿Cuál es tu brillante próximo paso?
— ¿Cuál es el suyo, Coronel?
—Si fuera tan fácil decirlo... Lo de hoy ha cambiado muchas cosas, te juro que todavía no lo sé.
—Pues ahora el nuestro es ayudarlos a encontrar el de ustedes.
— ¿Qué? —Cuestionó el viejo mirándolo a los ojos —. ¿A qué te refieres?
—Mire Coronel, seré un despreciable mercenario que cobra dinero por guerrear, como usted dice. Pero me refiero a que si este barco se hunde, mis hombres y yo nos hundimos con él. Por lo tanto, haremos lo posible para que no se hunda.
—Por si acaso... ¿Conoces ese dicho que dice: dos capitanes hunden una nave?
—Pues entonces será mejor que nos dividamos las tareas.
—Pero mi decisión será la última.
—Por supuesto, como Coronel es la máxima autoridad de la ciudad. Pero siguiendo con la metáfora del barco... ¿Qué le parece si usted se encarga del timón y la tripulación, mientras a mí me deja el catalejo, la brújula y el mapa?
—Me temo que por el momento no me queda otra opción...
—Entonces... ¿Empezamos de nuevo? —Preguntó Kahler volteando hacia el viejo y estrechando la mano—. Capitán Joachim Kahler, un gusto.
—Coronel Abu Nasih —Sostuvo en un firme apretón de manos—. Y por cierto, ¿puedo hacerte una pregunta personal?
—Dispare.
— ¿Cómo rayos alcanzaste ese rango tan joven? ¿Acaso nacen con el grado de Capitán bajo el brazo en tu país?
—Vocación y servicio.
—Ni me digas. ¿Experiencia con soldados bajo tu mando?
—Recluté y comandé durante dos años el más selecto grupo de operaciones especiales en Argentina.
— ¿Combate?
—Dos años y medio trabajando para la contratista; en la selva nigeriana y manteniendo a raya al grupo terrorista Boko Haram.
—Entonces esta entrevista se acabó —Balbuceó el viejo y avanzó a paso firme. Kahler se quedó mirándolo sorprendido.
— ¿Era una entrevista? ¡¿La pasé?!
— ¡¿Pues qué crees?! —Repreguntó el Coronel sin voltear sobre sus hombros—. Pero que quede claro: te encargarás de la brújula y el mapa, el timón y la tripulación me corresponden.
—A la orden, Capitán de navío —Bromeó Jo luego de arrojar el carozo de la manzana a un cesto.
—Y Kahler... mañana a las 07.00, hazte presente en la sala de comando del ayuntamiento.
—Allí estaré, Coronel.

OPERACIÓN TEMPESTAD  #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora