XXII. LA BATALLA POR KOBANE

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Durante la madrugada del 1 de noviembre de 2014, el cielo de Kobane comenzó a crujir luego de que en forma de bombas la artillería islámica enviara su último mensaje a los defensores. Cientos y cientos de estallidos que repercutían aleatoriamente en cualquier punto de la urbe, anunciaban que la Tormenta Negra del Estado Islámico finalmente había llegado. Fue sin dudas la noche más terrible para la entera ciudad de Kobane. Edificios completos quedaron transformados en montañas de escombros y grandes hoyos de esquirlas agujeraron la fachada de los pocos que quedaron en pie; murales enteros venidos abajo, vidrieras estalladas en mil partículas, calles abarrotadas de cascotes, fierros retorcidos y trozos de mampostería... Y humo. Humo y polvo que permanecieron en suspensión mientras aquellas escenas apocalípticas tenían lugar. Una noche en el infierno. 

Desde los refugios antibombas y subsuelos improvisados, los defensores de la ciudad permanecían a la espera de que aquel infierno llegase a su final. Amuchados, en silencio, algunos juntando sus manos en señal de plegarias, aguardaban con sus ojos temerosos hacia el techo, desde donde una liviana capa de polvo caía tras luego de cada estruendo. El suelo vibraba bajo sus pies y los muros parecían latir con vida propia; los focos de luz se apagaban en intermitencias con cada bomba que estallaba afuera en las calles, los caños reproducían un sonido a hierro retorcido como si de un barco hundiéndose se tratara, y aquello no era más que una aterradora alegoría sobre lo que horas luego sucedería.

Cuando por fin las tremendas explosiones cesaron, el miedo no acabó allí. Tal como si de una película de terror se tratara, como si Dios jugara morbosamente con la esperanza de los defensores de la ciudad, un manto negro reflejó aún más la oscuridad de la noche. Ahora, relámpagos y truenos anunciaban como cuernos de batalla lo que en algunas horas sería un enfrentamiento brutal. La Tormenta Negra, llegó a Kobane. Iluminados y oscuros se verían el rostro frente a frente, una vez más, para librar una última lucha encarnizada por el control de la ciudad. Las anteriores explosiones producto de la artillería islámica, ahora solo eran tintineos en comparación al rugir de los cielos y la enfurecida naturaleza.

Desde nubarrones densos y ennegrecidos que se desplazaban rozando los más altos edificios de Kobane, hasta brigadas arropadas con atuendos tenebrosos que se movían bajo el amparo de la noche, eran designios de un escenario final y decisivo. Allí, el tronar de los cielos vaticinaba la llegada de los cuatro jinetes del apocalipsis. La sirena de guerra de las unidades defensivas, no tardó en empezar a sonar a minutos del alba, anunciando el despliegue de las defensas sobre las calles. El lobo negro abriría sus fauces para dar el último mordisco a la presa y el león de Rojava afilaba sus garras para defender su territorio.

Hacia las 06.00 de la mañana, ningún alma de la ciudad escapaba de la realidad bajo sueños. Por el contrario, la pesadilla los mantenía bien despiertos. La sirena de alarma ya sonaba con clamor obligando el despliegue. Desde el interior de los refugios, milicianos, rebeldes y peshmergas comenzaron a enfilar sus cascos hacia las escalerillas del exterior, sujetando sus fusiles y con sus cabezas gachas subían los escalones en completo silencio. Los pocos rayos de luz que conseguían atravesar los densos nubarrones oscuros de los cielos, encontraban su paso por entre las hendijas de los refugios, anunciando que un nuevo día daba comienzo. Un día decisivo.

Supieron siempre que aquel momento indefectiblemente llegaría, pero se mantuvieron esperanzados hasta el último segundo de que la pesadilla acabara pronto. Pero no solo no había terminado, sino que la peor parte, apenas estaba por comenzar. Era entonces el momento de la verdad. Era el momento y el día, en que Kobane lucharía por su supervivencia. Y así arrancaba esa temprana mañana del primero de noviembre.

El Capitán Kahler se paseaba por las derruidas calles del centro. Con su fusil al hombro, daba indicaciones a los milicianos, rebeldes y peshmergas, quienes estremecidos hasta el vómito se refugiaban bajo los tejados de las veredas, por temor a la caída de morteros. Aquel Capitán del fin del mundo, había pasado la mayor parte de la noche despierto. Tan solo minutos luego de desarrollar la estrategia defensiva con el viejo borracho y el Mayor del ELS, se vio obligado a comenzar con los preparativos. Su rostro cansado y ojeroso poco se reflejaba en su actitud, mientras elevaba su vigorosa voz a los cielos, movilizando y preparando hombres para la batalla. Aunque seguramente lo hubiese querido, apenas había hecho tiempo de asearse y limpiar su uniforme en honor a tan tremendo despliegue.

OPERACIÓN TEMPESTAD  #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora